Chocolate ambateño va de generación en generación

“Quien vino a Ambato y no se tomó un chocolatito es como que ni pasó por aquí”, dice Jessica Villavicencio, que a pesar de ser de Manabí de nacimiento es una ambateña de corazón.

En Ambato conoció a su esposo quien viene de una familia de chocolateros y desde entonces, ya hace más de una década, también aprendió del arte de hacer chocolate y espera que sus hijos y sus nietos continúen con la tradición.

Historia

Fue hace alrededor de 130 años que hasta Ambato empezó a llegar la ‘Pepa de Oro’, el cacao, gracias a que los jornaleros de esta tierra viajaban hasta la zona costera a trabajar en la cosecha de cacao.

No existe un dato exacto de quién fue el primero en traer consigo el producto, sin embargo los ambateños de ese entonces lo hicieron suyo y comenzaron con la fabricación de las tablas del chocolate ambateño.

Las distancias hacían que el transporte del cacao sea mucho más complicada que en la actualidad, además encarecía el chocolate ya procesado y por ende para muchos se había convertido en un lujo tomarse una taza de este sabroso producto.

Con el pasar del tiempo las condiciones mejoraron y la elaboración del chocolate ambateño fue tomando más fuerza, y hoy en día es uno de los productos estrellas de la gastronomía de la localidad.

En sus inicios el cacao se tostaba a leña, lo que le daba un aroma, textura y sabor inigualables. El grano tostado se lo colocaba en molinos manuales y e hojas de achira (bijao) ahora eléctricos y con tecnología de punta, que lo procesaban hasta dejar una pasta homogénea que luego de ser enfriada, nuevamente era llevada a los molinos para que pueda quedar con la textura y el color que tanto gusta a los compradores.

Una vez con la pasta de chocolate lista, los artesanos con sus habilidades lo transforman, hasta la actualidad, en tabletas de una y media libra que eran envueltas en fundas de papel para su venta.

Eso se ha modificado debido a que, por cuestiones de transportación, se requiere hacer medallones que sean más fáciles de empacar y llevar.

Tradición

A sus 82 años Judith Velasteguí, con gran tenacidad y lucidez, vende chocolate ambateño, que se hace en su taller artesanal, en el puesto de abarrotes en el segundo piso del Mercado Central.

Ella aprendió el oficio a los 16 años cuando sus padres le dijeron que tenía que empezar a ayudarlos en el trabajo. “Siempre la elaboración del chocolate ha sido algo familia, todos los de la casa teníamos que meter mano para sacar el taller adelante”, comentó.

En sus recuerdos está que allá por 1903 sus abuelos comenzaron con la pequeña fábrica chocolatera y desde entonces esta ha pasado de generación en generación.

Cuando era pequeña las ventas se realizaban en las plazas de la ciudad, sin embargo poco a poco fue rompiendo todas las barreras u el chocolate ambateño llegó a cada rincón del Ecuador y ahora también se lo encuentra en el exterior.

Dulces coincidencias

“Mi papi se saltó el oficio de chocolatero, pero como lo que es de ser el destino lo pone en el camino yo me encontré con mi esposo (Ricardo Escobar) quien viene de una familia chocolatera y juntos seguimos en esta labor que es dura pero gratificante a más no poder”, dijo Adriana Solís.

Escobar cuenta que él desde su niñez vivió la mejor experiencia, pues junto a sus abuelos, sus padres, sus tíos y sus hermanos elaboraban juntos de manera tradicional las tabletas de chocolate.

“Como en una empresa, empezábamos de abajo y poco a poco íbamos ascendiendo de puesto hasta aprender a hacer las tablas de una y media libra que quedaban con ese peso solamente por la experiencia y habilidad de los mayores”, sostiene.

Cuenta que esta labor era tan importante en la familia y requería de todo el amor del mundo para su ejecución que su padre y su abuelo les decían que si no estaban de buen humor o si estaban de mala gana mejor no toquen el chocolate porque lo malograrían.

A pesar del tiempo ellos siguen tostando el cacao, que compran de Machala y Puerto Quito, a leña para que no pierda parte de su esencia tan reconocida a nivel nacional.

Solís señala que la elaboración del chocolate no es solamente una tradición familiar en Ambato, pues su proveedores de caco también son fincas que llevan generaciones produciendo la ‘Pepa de Oro’.

“Como es una tradición familiar a mi ahora me llena de entusiasmo ver como mis hijos y mis sobrinos también nos ayudan, eso me da la firme esperanza de que jamás va a morir esta sabrosa tradición.

RELATIVA

Museo del chocolate

Mostrarle al mundo los orígenes del chocolate ambateño fue lo que motivó a la Asociación de Chocolateros de Ambato a crear el Museo del Chocolate, que está ubicado junto a la Casa Parroquial de la parroquia Huachi Chico, diagonal a la iglesia del sector.

Este emprendimiento muestra a detalle cómo esto se convirtió en una tradición en la Ciudad Jardín del Ecuador. Aquí hay fotografías, gigantogafrías, maquinaria y enceres antiguos con los que los primeros productores comenzaron a elaborar el delicioso chocolate ambateño.

Pero eso no es todo pues a los visitantes les enseñarán de manera lúdica a preparar chocolate. El lugar estará abierto a la disposición del público los fines de semana y feriados, de 09:00 a 19:00, con un costo un dólar por visitante.