Diario ajeno: Las cartas del paciente

Durante su estadía en el hospital psiquiátrico Rodez, Antonin Artaud desarrolla una cercanía casi amistosa con el doctor Gaston Ferdière, el director del manicomio. El intercambio epistolar entre paciente y médico dan fe de esa relación. Las cartas fueron guardadas celosamente por Ferdière en el cajón superior de su escritorio por algún tiempo, hasta que decidió hacerlas públicas. La correspondencia fue publicada con un breve prólogo del psiquiatra, en el cual se reprocha el no haber tomado mayores precauciones en el proceso de post-cura de su paciente, y por haber permitido que fuera ingresado en la clínica de Irvy, un lugar de detestable reputación, según él mismo dice. En esa clínica morirá Artaud en 1948, y sobre su fallecimiento Gaston Ferdière dirá: “Es culpa mía, es mi mayor culpa si Artaud murió relativamente joven y no nos dio un mayor número de obras de arte”.

Algunas de las cartas son delirantes, varias están firmadas por Antonin Nalpas, “el sucesor”, una especie de álter ego que emplea el dramaturgo para hablar de sí en tercera persona, como si Antonin Artaud no existiera: “Antonin Artaud murió de pena y dolor en Ville-Evrard en el mes de agosto de 1939 (…) Yo he asumido su continuación y me he añadido a él alma por alma y cuerpo por cuerpo en un cuerpo que se formó en su cama incluso concreta y realmente pero por magia en lugar del suyo (…) Mi nombre, el mío, Dr. Ferdière, es Antonin Nalpas”. Cuenta Nalpas que se encuentra encerrado en un manicomio por su actitud religiosa y mística, de ahí que se asuma como un perseguido religioso, alguien acosado hasta la muerte por una muchedumbre francesa, asegura. De igual modo escribe convencido de que, tras su internamiento, hubo masivas protestas para apoyar su liberación: “hubo mucha indignación y muchos movimientos de masas en las calles de Francia y el mundo Dr. Ferdière desde que Antonin Artaud fue internado. Los hubo en Le Havre alrededor de la celda del servicio Pinel del hospital general de Le Havre donde Antonin Artaud fue mantenido en camisa de fuerza y envenenado a la fuerza en todas sus comidas, mientras repicaban las campanas de Le Havre y ese movimiento estaba dirigido en común acuerdo por André Breton y la Acción Francesa, los hubo en Rouen, en Sainte-Anne y hubo incontables encuentros sangrientos en las calles de París a propósito de Antonin Artaud mientras éste estaba en Ville-Evrard”. Incluso va más allá y afirma que su encierro obedece a un pacto: “mi internamiento ha sido el resultado de un sacrificio religioso y de un pacto con la gente honrada, y que fue decidido tras una batalla que tuvo lugar en París en 1943 y en las que se enfrentaron las fuerzas del Bien y del Mal”.

Artaud insiste en que lo han venido envenenando en los distintos asilos mentales por donde ha pasado, y ante las amenazas externas, provenientes del Mal, el paciente indica que no está solo, cree firmemente que los ejércitos celestiales se acercan sobre la tierra con sus fuegos alrededor del Rodez para protegerlo, y que su persecución culminará con una hoguera general.

En una carta fechada el 17 de septiembre de 1943, el escritor retoma el nombre de Antonin Artaud y deja de lado a su “sucesor”: “Me llamo Antonin Artaud porque soy hijo de Antoine Artaud y de Euphraise Artaud”, le aclara a Gaston Ferdière como si se tratara de un hombre renacido. El médico, por su parte, lo ha convencido de que vuelva a la literatura. El paciente acepta y se dedica a la traducción y adaptación de Through the Looking-Glass, de Lewis Carroll, pero no se conforma con la escritura, insiste en ofrecerse para algún tipo de trabajo que pueda llevar a cabo en el sanatorio: quiere sentirse útil.

A pesar de su aparente mejoría, Artaud no deja de lado sus delirios religiosos, sigue creyendo que es un ser inspirado, alguien con una misión divina. A su benefactor, el doctor Ferdière, lo considera un ángel enviado por Dios. Ese ángel protector trata de hacer lo posible por enviar lo solicitado al hombre cuyo padecimiento ante la escasez de alimentos lo ha llevado a confesar que vivía bajo una “atroz impresión de hambre”.

En nombre de su amistad y supuesta curación, el paciente le pide al médico que cese el tratamiento de electrochoque al que es sometido: “Tengo que pedirle un gran servicio y un gran favor. En lo que a mí refiere se trataría de poner fin a las aplicaciones de electrochoque que mi organismo manifiestamente no soporta (…) Como le dije esta mañana las adherencias demoníacas han desaparecido y creo que ya no volverán”. Más adelante volverá a insistir en lo mismo: “Ese tratamiento de electrochoque me hizo sufrir terriblemente, y le ruego que me evite un nuevo dolor”.

El sufrimiento y los delirios de Artaud no cesarán. Él y el doctor Gaston Ferdière se verán por última vez en el andén de la estación de Austerlitz, en 1946, aunque continuarán manteniendo correspondencia hasta poco antes de la muerte del escritor.