Condené a mis hijos a un mal Gobierno

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Por Diana Dávila

Hoy mientras escuché los anuncios de Presidente de la República, no pude evitar llorar y no por hacerme la víctima, sino por mis hijos y su futuro. Y es que desde hace nueve meses mi esposo está sin trabajo y las deudas, alimentación, necesidades básicas, crédito hipotecario y todo, recayó sobre mis hombros.

Con la firme idea de que tengo ser fuerte por ellos y que todo puede faltar menos su comida, he buscado maneras de generar más ingresos, pero hoy ya no le veo salida, no le veo salida señor Presidente, porque si me reduce el salario ya ni siquiera podría contar con el tarro de leche que mi bebé necesita, o aspirar a que mi hijo cumpla con su tratamiento médico por la condición que tiene.

Yo anhelé a mis hijos, los soñé, los amé desde antes de llevarlos en mi vientre y creo que su esposa e hijas saben de lo que hablo, pero no de lo que vivo. Nunca me arrepentiría de tenerlos, pero hoy me siento egoísta porque, por cumplir mi anhelo de madre, los condené a vivir esta coyuntura con su desgobierno que solo decide en favor del empresario, la banca o los más ricos.

Escuchó la entrevista déspota del señor Juan Sebastián Roldán, que habla por las mayorías, porque ahora todo político y empresario se llena la boca de hablar de los más pobres, sin vivir en la condición que nos encontramos la gran mayoría, para justificar sus decisiones y retroceder nuestros derechos; lo escucho decir que la Ley Humanitaria permitirá un acuerdo entre las partes para “en la mayoría de lo posible” no generar desempleo. ¿Qué significa en la mayoría de lo posible? Ni siquiera ustedes con su Ley pueden asegurarnos nuestros derechos.

El mismo ministro de Trabajo, Luis Poveda, señaló que no habrá una veeduría que imparcialmente compruebe que la empresa entró en liquidación o que sus condiciones están mal para determinar la reducción de salarios o el despido sin liquidación, sino que habla, como burla a la clase obrera, de que el dueño de la empresa se sentará a mostrarnos los estados financieros para justificar la precarización laboral.

Me duele porque nos creen tontos, porque somos su burla, su mofa, no les importa nuestras lágrimas ni nuestros hijos, se han pasado tres años culpando al gobierno anterior y no han hecho nada por el pueblo, hablan de voluntades y les recuerdo que Hitler también hablaba de una buena voluntad.

Siento que se está castigando a los más pobres por haber tenido la osadía de soñar con tener una casa, un ingreso digno, con aspirar a comprar un juguete a su hijo o darle la educación universitaria. Nos castigan por pretender tener derechos que están enmarcados en la Constitución que se han dedicado a pisotear desde que pusieron a su gente en todos los entes del Estado, aunque se hablen de independencia.

No les creemos, no nos representan, no nos puede representar quién nos lacera desde una cadena nacional para advertirnos que seremos despedidos y luego vaya a un bufete para, con una copa de champang, decir que son decisiones necesarias para salvar la economía.

Ojalá, Dios les perdone, porque yo, yo no puedo, no puedo perdonar a quien ha decidido la condena a mis hijos pequeños.

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