Montaje: Un duro comienzo

En la resistencia de un cuerpo a ser labrado, rayado, comprimido o desfigurado, en la no prestación a recibir nuevas formas o a la dificultad para hacerlo, quizás porque su materia no sea todo lo blanda o mullida o tierna para permitir la transformación interior o externa, y que sin embargo, soporta por la fuerza y resistencia de los elementos, la fatiga intensa y prolongada que intenta una ordenación distinta del sistema que conforma, podría encontrarse una posible caracterización del duro comienzo, del joven poeta, cuentista, pintor y promotor cultural Edward Maldonado, manifiesto en su primer libro de relatos Las otras voces (Caracas: Fundación Editorial el perro y la rana, 2012). Esa condición de dureza de los materiales narrativos que al mismo tiempo que ofrece resistencia a la transformación y generación de formas nuevas posibilita también, mediante el trabajo, la operación que establece una relación sintáctica relevante entre las frases de la lengua narrativa, parecería determinar la búsqueda de Maldonado por alcanzar la singularidad que pudiera marcar su entrada en la tradición literaria y cultural, en el archivo de la narrativa nacional.

Las otras voces del título de la plaquette indicarían la posible intencionalidad de Maldonado de extrañamiento con la que parece distinguir, por oposición, la particularidad de la voz propia con la cual dotar de identidad el discurso narrativo de los siete relatos cortos que conforman Las otras voces. Como estrategia constructiva selecciona procedimientos comunes del relato breve, lo que por una parte le garantizaría la filiación con el prestigio y valoración de la tradición del archivo literario, pero por otra, dificultaría la construcción de alteraciones y combinaciones formales renovadoras.

Desde la metáfora onírica de “Melancolía” que tendrá en el tacto una esperada potencia poética más que narrativa de la definición de la bilis negra o atrabilis; desde la transformación diegética del desentrañamiento del cronotopo de la casa: los secretos de paredes, cuartos, pisos, cuadros, salas, cocinas, camas, mesas, muebles, espejos, patios, perros, gallinas, voces, recuerdos, relatos, rostros, dibujos, olores, advenidos con el despertamiento provocado por la caída de una hoja o el cierre de una puerta, de “La casa”; desde el absurdo inverosímil por la puesta en escena en primer plano de la convencionalidad de la historia, que empobrece la sorpresa final de la muñeca precipitada en un pequeño hoyo como efecto narrativo de la propiedad perdida representada en el llano y desesperación de una niña, en “La muerte segura”; desde el viaje figurado, siguiendo instrucciones contenidas en historias familiares, que como imagen imanta la diacronía del narrador en pos de la muerte en “El muerto”; desde la agonía de un perro moribundo que en “Es un día” soporta como principio y final la exposición de historias conexas e intercaladas que sólo parecen hallar sustento narrativo en una débil lectura metaliteraria; desde la imposibilidad material de la emisión permanente de la voz, encarnada en la muerte postcanto de la chicharas, posible poética de la muerte del canto que tendría en Las otras voces su posible encarnación y representación narrativa, en una especie de poética indirecta, de “Los otros cantos”; hasta la metáfora médica, clínica, quirúrgica, de los libros diseccionados, destazados, agonizantes por el trabajo, la intervención, la operación, del crítico literario, de “Descarnado”, que repite el lugar común de la asepsia de la esterilización del placer literario derivada de la lectura crítica; Edward Maldonado intentaría encontrar un lugar en su panteón particular del relato breve venezolano.

Un duro comienzo que al mismo tiempo es promisorio al asomar búsquedas y destellos de trascendencia y riesgos formales.