Montaje: Alacranes

“El alacrán está moviéndose entre las vigas del techo. Se arrastra con su negra ponzoña en alto y las tenazas abiertas, negro, marrón oscuro, confundido con las cañabravas, hasta perderse entre ellas y reaparecer más allá, cada vez más grande y gordo y, de pronto, encontrarse una mañana en el patio, en medio de un círculo de llama azul y más allá del calor los niños que contemplan cómo se debate el bicho en el fuego, cómo se enrosca de pura arrechera y da vueltas y abre y cierra las negras macanas, parece suplicar, parece amenazar, retrocede en sí mismo, se repliega por dentro mientras se acerca el fuego a sus patas y se fijan mudas las caras las caras de los muchachos en la agonía del animal, y Magdalena da un grito cuando la ponzoña se levanta y se clava en el propio cuerpo del monstruo y muere el bicho antes de que una muerte extraña y por fuego lo toque”. Esta sería la representación o la alegoría que Rodolfo Izaguirre crea en Alacranes (Caracas: Dirección de Cultura, Universidad Central de Venezuela, 1968), Premio José Rafael Pocaterra, 1966, y que vendría a reaparecer en la prosa periodística actual de su columna semanal, los días domingos, en el diario El Nacional.

Reconocido crítico de cine (“¡El cine me hizo escritor! ¿Cómo trasmitir al lector la belleza visual de una determinada película? Me vi obligado a explorar y dominar el resplandor de las palabras; a ser escritor, a conocer los laberintos de mi propio lenguaje”), Izaguirre, calificado por Elisa Lerner como “escritor de periódicos”, con la(s) imagen(es) del(os) alacrán(es) como representación(es) o alegoría(s) del Mal, que en su primera y única novela Alacranes se encarna literalmente en la figura de Evaristo, funcionario policial al servicio de la dictadura gomecista: “-Se nos ha comparado con la Gestapo, pero ¿quieres que te diga una cosa? Yo quisiera incluirme entre los que forman el gobierno, entre los que formamos parte de la Gestapo ésa de que se habla en los debates de la Constituyente, sin tener por qué avergonzarme. ¿Tú sabes por qué? –pregunta, cortando el aire con el cuchillo que blande en la mano izquierda–. Porque nosotros estamos dispuestos a que este régimen nuestro se consolide para siempre en Venezuela, así tengamos que pegarle corriente en los testículos, o cosas peores, a todos los comunistas o como se llamen. Este país lo que necesita es eso –dice Evaristo dando con el puño u golpe en la mesa–. Un látigo. Este país es de los hombres que gobiernan”, y que reaparece como un mal menor, pero no menos nocivo, el del desgobierno chavista, representado en la frase “pero ¡estamos mal!”, que, como los alacranes de Alacranes, empozoña con sus rojas macanas la vida diaria del país, y que Izaguirre, “un creador de realidades”, ha creado como sólo puede hacerse desde el lugar de la literatura, en sus columnas de El Nacional, como una estrategia narrativa para no “cerrar los ojos, mirar hacia otro lado; no digamos mentir (¡para que no nos acusen de traidores o desestabilizadores!), sino ignorar la verdad, permanecer a espaldas del verdadero país”. (“Naufragio aeronáutico. El Nacional. 12/10/2014. Pág., A10).

Los alacranes, otrora negros, hoy serían rojos, habrían mutado de color, pero su naturaleza (historia) seguiría siendo la misma: el mal del militarismo.