La permanencia vital: FIA

Se dice rápido, pero si precisamos la historia nos daremos cuenta de que son veintitrés ediciones y que la más reciente, llevada a cabo en los espacios del hotel Tamanaco Intercontinental del 25 al 29 de septiembre, vio la luz en uno de los peores contextos políticos, sociales y económicos que ha atravesado la vida venezolana; huella conflictiva que convierte a esta feria en un melting pot de voluntades heterogéneas en el que gestores, artistas y públicos diversos continúan edificando territorios de encuentro para la producción, la difusión y el intercambio de las artes visuales en el ámbito nacional e internacional.

Como en otras oportunidades, los comentarios son variados. A muchos llevados por el optimismo les pareció la mejor feria de los últimos dos años; otros, aferrados a la crítica, siguieron cotejando el argumento de «más de lo mismo y hasta menos». En ambos casos, las fracturas del área amplifican el trasfondo de los criterios. Por una parte, a algunos les pareció la mejor, porque responde a la permanencia de una tradición, situación casi impensable en la Venezuela actual. Hace unos días Alfredo Sánchez, instructor del programa de microempresarios que la alianza Banesco-FIA imparte para emprendedores del arte en la Galería D’Museo, comentaba que en la última década cualquier impulso productivo que pudiera sostenerse por más de cuatro años era considerado como un proyecto en extremo exitoso. La mayoría de nosotros nos formamos en instituciones que respondieron al ejercicio cívico de la continuidad. Es lógico que al encontrar resonancias con ese desarrollo se responda con efervescencia a lo que se ha vuelto una épica lejana, una historia de otro tiempo.

En el caso del «más de lo mismo» habría que acompañar este criterio con la casi ligera presencia en el recinto ferial del arte más reciente o de propuestas innovadoras en los stands de las galerías participantes. Cierto aire novedoso fue presentado en ubicaciones como las de GBG Arts y Beatriz Gil Galería, en tanto que la mayoría de los involucrados apelaron a las claves seguras de la venta o a perfiles más tradicionales, sin dejar de incluir pequeños y laberínticos asomos de lo no visto. Se sintió en este sentido la ausencia concluyente de espacios como El Anexo, Carmen Araujo Arte, Oficina #1, Faría+Fábregas y la Galería 39; lugares que en otros momentos han otorgado reveladoras perspectivas sobre la producción del arte contemporáneo.

Es importante acotar que la mayoría de las ferias de arte que funcionan como eficaces centros de discusión, gestión y reflexión de la contemporaneidad, tienen en su haber un apoyo estatal que les permite convertirse en un selecto administrador de lo que se exhibe en sus ediciones. Uno de los ejemplos más contundentes es ArtBo, feria sostenida en buena parte por el apoyo de la cámara de comercio de Bogotá. Este no es el caso de la FIA, que requiere un proceso de autogestión cuya complejidad se acrecienta en contextos tan críticos como los que vivimos. En este sentido, vale la pena que todos los actores y gestores de la cultura visual se pregunten cómo podrían impulsar otros mecanismos –más allá del cuestionamiento o de la no participación– para focalizar acciones reales que ayuden a vitalizar en el futuro uno de los últimos eslabones que tenemos de las artes visuales en el país.