Tres poemas de José Kozer
Gramática de Mamá
En mayo, qué ave era
la que amó mamá: o hablo de las mimosas.
Dice que no recuerda el nombre de los ríos que circunscribían su
pueblo natal: aunque
siempre se ahogaban
un varón y una hembra en verano un varón y una hembra en verano.
Menciona
una conversación
crucial con sus hermanas: son como amigas entrelazadas por el
meñique, se irán. Cuánto desánimo, aunque
en los camarotes
haya un centro de mesa con frutas tropicales, sobre cubierta hermosas
meretrices que hablan un idioma gutural, no les asombra
la aviación
ni el cable trasatlántico (letras) que atizan los gorriones boquiabiertos
o despiden
mariposas de luz. Llegarán
entre muchachos entalcados y con guedejas aromáticas que irán
diseminándose por Apodaca Teniente Rey Acosta, acabarán
por adquirir
un chiforrobe de caoba con unas iniciales tibias en la ropa interior
y que sirva
a la vez de caja fuerte. Se habrán establecido, pronto irán a tutearse en
los seminarios de sionismo, mamá
en un esmerado castellano.
Impostación
Fui, Graciela Kozer, indiscutiblemente.
Arrolladora y tanto
que José Kozer crepitó bajo mi sello rojo, gota
de la pupila.
Varón, espeso: tieso
a la hora en que vuelco los espejismos.
Lugar
en que yace: yo, la del Pincel la del diente dorado la
Cumbanchera
lo enlazo
aún a la nupcia del apellido.
El Ángel De La Muerte
para Paul Celan: exegeta
de la transfiguración
Cruzó
rapidísima, del aire al resalto de la ventana: ahí, maduró. (Cabellera
enmarañada
que vi en los aleros, iba a arrancar la hueva de cebadas que crece en el
ovillo de aquella cabellera, las manos
se me humedecieron: huelen
bermejas. Un puñado de cáscaras en las manos: ahí sigue la extraviada
jovenzuela en el resalto
de la ventana, nudo
inmemorial su ojo, inmemorial la cicatriz que dejó en el aire cuando
cruzó: anegada
de caracoles
su cabellera de tierra, ovillos la oruga que fecundó en su cabellera. La
vi: descomunales
mariposas
sin vuelo se enconaron en los enjambres de su cabellera. Nada
surca
ni nadie remonta próximamente los innumerables voladizos que
aparecieron
en la ciudad
el día en que la vi cruzar del aire a esa ventana: nadie, besó
sus frutos. Solo
me prosterné; yo solo. Pasaban, tan atareados, no me veían
hincado
con la rama en flor de buganvilla y mis dos ofrendas de mariposas y
cebadas, tan
atareado. Y
regresé, no duermo: del brazo, cruzamos la dirección del surco en las
salinas. Ni
me abandona
ni soy su testaferro: y llamaron del aire, nos prosternamos. Ella, la
estatua; yo
soy su efigie.
Desde 1960 José Kozer se residenció en Estados Unidos. Hijo de padres judíos, nació en La Habana en 1940. Es autor de una obra poética muy extensa, así como de una prestigiosa obra como traductor. El año 2013 fue reconocido con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda.