¡En las calles, Tigre no come tigre!
Si habría que identificar el talón de Aquiles de Guayaquil, sin duda alguna, es la falta de parqueos. Se considera que el parque automotor en el Puerto Principal sobrepasa ya los 400.000 vehículos. Parte de los conductores de estos carros siempre están “a la caza” de un sitio donde estacionarse.
Como para toda necesidad siempre hay una solución, formal o informal, hace aproximadamente dos décadas aparecieron los “cuidacarros” que, de a poco, a manera de bandera, ponían bancos, baldes y palos para marcar territorio en las calles, especialmente del centro de la ciudad.
Hoy las veredas de Guayaquil tienen dueños. Personas que en muchos casos llevan varios años velando por la seguridad de los automotores y, en ocasiones, el servicio de lavado.
Por ello el cliente deberá pagar el doble. Son un “mal necesario”, dice una conductora, mientras el chofer de una camioneta agrega que, en ocasiones, cobran “al braveo” la tarifa que ellos imponen.
Con el territorio marcado para quien pretenda disputarles su zona va a tener muchos problemas. “Son como fieras, como leones, a la hora de ahuyentar a quien pretenda crearles competencia”, dice Luis Peralta, un comerciante de los alrededores de la maternidad.
En medio de este ambiente y con la indumentaria adecuada, que incluye un balde, franela, un banco y una peluca para despistar, empieza mi aventura por tratar de ‘conquistar’ alguna calle para trabajar.
En el centro casi todas ya tienen “su cacique”. Intentar pararse en una esquina con balde y franela puede ser tomado como una declaración de guerra. Mi primera parada es en Tungurahua y Ayacucho. En esa esquina, según nos contó previamente un morador, mandan dos cuidadores de carros. El uno conocido como el ‘Colorado’, y como el ‘Chivo’.
“Son dos buenas personas, honradas, juntos velan para que nadie más se venga a meter”, comentaría más tarde otro residente. Al mostrar mi presencia, el ‘Chivo’ me clavó la mirada mientras tímidamente me encontraba parado sacudiendo mi franela.
El ‘Colorado’ empujaba un vehículo para acomodarlo sin dejar de observarme. Pasaban los minutos y las señas entre ambos comenzaron a aumentar. La primera advertencia me llegó de parte del ‘Chivo’, cuando observó que estaba limpiando los vidrios de un vehículo estacionado.
“¿Qué le pasa compadrito, algún problema? Yo no quiero ayudantes. Sáquesela. Busque otra calle”. Pese a esto decidí continuar en el sector, entonces se acercó el ‘Colorado’, y con una voz firme me dijo: “Pana, no queremos problemas, pero si los busca los va a tener.
Por última vez le digo: “fumíguese”. Pasaron 10 minutos más y decidí coger pedazos de cartón que estaban en el piso para poner en el parabrisas de uno de los carros que decidí cuidar, no fue más que el ‘Chivo’ airado me los arrebató, mientras el ‘Colorado’, en tono amenazante, me dijo: “Te rompería la cabeza, pero como somos cuidadores autorizados te voy a lanzar a los pacos”.
Cinco minutos después un motorizado llegó y me pidió que por las buenas me fuera del lugar. Así lo hice.






