Congregación Misioneras de María Inmaculada llevan el Evangelio a las comunidades amazónicas

Seguir a Jesús desde la particularidad del carisma de la congregación Misioneras de María Inmaculada impulsa la misión de llevar el Evangelio entre las comunidades kichwa, napo-runa y huaorani del Ecuador. En este contexto, la hermana Marlene Cachipuendo subraya la importancia de ser una Iglesia inculturada que valore el diálogo con las comunidades y culturas de este territorio.

En entrevista con el portal Vatican News, la religiosa indica que las comunidades indígenas dependen fundamentalmente de actividades como la caza y pesca, el trabajo agrícola y, últimamente, de algunos emprendimientos turísticos.

Agrega que los indígenas ecuatorianos son personas muy trabajadoras, “tienen sus trabajos dignos, en sus chacras, cultivando frutos silvestres, pescando, cazando para subsistir. Es grandioso este trabajo, de allí el valor que le dan a la madre tierra que da sin cobrar dinero. Trabajan hombres y mujeres, juntos, iguales”.

También, insiste, existe el trabajo comunitario, que les beneficia a todos, se trata de las ‘mingas’. Son ocasiones que les permiten compartir lo que tienen, incluyendo la necesidad colectiva. Son momentos en que no existe la desigualdad”.

La hermana Marlene cuenta sus vivencias durante este tiempo de confinamiento: “Las tres primeras semanas de la cuarentena la gente estaba tranquila. Volvieron a las actividades de caza y pesca, como de recolección de frutos silvestres, así aprovechamos lo que la madre tierra nos da. Fue una verdadera bendición de Dios… Además del golpe de la pandemia, hubo el derrame de petróleo el día 7 de abril. El río Napo quedó contaminado por más de diez días. ¡Ese sí que fue el desastre! La compañía Petroecuador está cubriendo con un poco de agua. La población toma agua del río y cuando llueve, de la lluvia. Es terrible lo que nos ha tocado. Nosotras las misioneras del vicariato estamos para gestionar e informar y ver lo que se puede hacer”.

El COVID-19 ya llegó a estas comunidades, afirma, “tenemos un caso confirmado. Estamos coordinando para buscar ayuda, y no es fácil porque son muchas comunidades”.

Para la religiosa laurita, la cuarentena le ha permitido tener un poco de tiempo para dedicarlo a la reflexión, a la oración y a la planificación de lo que puede venir después: “En este lugar de misión me siento feliz por acompañar de cerca a las comunidades kichwa y huaorani… (Le doy) gracias a Dios por lo que he podido vivir, porque me ha permitido estar quieta, tranquila, haciendo cosas que no había hecho antes: preparando la tierra para sembrar, cuidando los animalitos, cosechando productos de la madre tierra, saliendo de pesca, teniendo tiempo para la oración y la contemplación. He sentido la presencia de Dios y más aún, he pasado una Semana Santa inolvidable y espero que esta experiencia me dure por un buen tiempo. Me siento recargada”. (I)