Razzmatazz: En busca del mainstream perdido

Pienso en los Grammys como si fuera Navidad. Aquella noche del año en que los abuelos juntan a sus nietos para darles obsequios, pellizcarles los cachetes, y decirles lo mucho que han crecido en los últimos meses. Solo que en lugar de calcetines y plumones, los regalos son pequeños gramófonos de oro. Por supuesto, los abuelos (léase: la RIAA) no tienen ni la más remota idea de lo que los nietos (los artistas «de moda») hacen, pero… ¿Qué más da? Es «lo que prende» como dice «la chaviza». Ellos son los que mueven discos, generan descargas, y producen éxitos. En otras palabras, es la nueva ola de músicos la que mantiene a la industria musical a flote con un flujo constante de billetes, solo que… como que tampoco hay tanto de eso en la actualidad.

Como bien sabemos, el producto musical se ha abaratado. Hay varios motivos, pero creo que los siguientes cuatro son los principales:

1. La calidad del objeto ha decaído (de los hermosos acetatos de antaño como un objeto artesanal a las frías descargas y streams de hoy que carecen de presentación).
2. El mercado está sobre-saturado de propuestas (busca una palabra al azar en el diccionario y lo más seguro es que exista una banda bajo ese nombre).
3. Los criterios artísticos están por los suelos (por lo menos los cantantes pop de antaño sabían cantar, mientras que estos días no hay defecto que el Auto-Tune no pueda solucionar).
4. Las grandes bandas que podían llenar estadios son cosa del pasado (en otras palabras, no existe un gusto colectivo, sino muchos gustos de nicho).

Me voy a enfocar en el último punto, ya que los otros tres han sido martillados hasta la muerte, incluso en ésta humilde columna.

¿Qué es el mainstream?

La palabra en sí es irritante. Como todo anglicismo moderno, el «mainstream» es un término de mercado que nuestros publicistas nunca se tomaron la molestia de traducir. Se pronuncia «meinstrim» y seguro la RAE no tarda en darle el visto bueno.

Lo que nosotros conocemos como mainstream es simplemente la corriente principal de consumo que aglutina los gustos de un común denominador. ¿Qué quiere decir eso del común denominador? Pues en lo relativo a la música, si realizas un experimento en el cual convocas a 30 personas y les pides que anoten sus 10 bandas favoritas, el común denominador será representado por las bandas que más se repiten en la encuesta. Hace 20 años o más, era relativamente fácil llegar a ese resultado, pero hoy el mercado se ha diversificado. Existe tanta música, en tantos géneros, y proveniente de tantas partes del mundo, que no existe una corriente principal de consumo. Todo mundo escucha música, cierto… pero nadie escucha lo mismo.

Esta situación tiene resultados tanto positivos como negativos.

Negativos para la industria, más que nada.

Quizás la bronca más grande para los conglomerados que se aferran al control de éste «negocio» es que ya no tienen peces gordos que vender. En otras palabras, no hay nada comerciable. A finales de los 80, una marca de refrescos de cola podía poner la cara de Michael Jackson en sus latas, y el producto se vendía a lo estúpido. ¿Por qué? Porque todo mundo conoce a Michael Jackson, ¡es el Rey del Pop! Todavía el año pasado podía vender discos nuevos con MATERIAL DE SEGUNDA. Bueno, de segunda bajo SUS estándares. Pero… ¿quién sería el equivalente de Michael en el 2015? ¿Sam Smith? ¿Skrillex? ¿Taylor Switft? ¿Beck?

WHO IS BECK pic.twitter.com/Y5uXGZpCTz

— Stereogum (@stereogum) February 9, 2015

Eso no quiere decir que no haya dinero circulando en la industria. Éste negocio todavía es rentable, solo que actualmente existe una batalla entre los nuevos y viejos jugadores sobre cómo repartirse el botín en la era digital. Uno de los tantos conflictos por resolver es que son muy pocas las bandas que gozan de aquello que los mercadólogos denominan como mainstream appeal. Ese poder de convocatoria que tienen los viejos dinosaurios del rock para llenar estadios y arenas: The Eagles, Bon Jovi, The Cure, The Rolling Stones, Black Sabbath, Bruce Springsteen, todos ellos reportan utilidades millonarias cuando salen de gira… ¿acaso de es de preguntarse por qué los medios le apuestan tanto a las reuniones de Led Zeppelin, The Smiths y Oasis? Es ahí dónde está el pan de cada día.

Lo irónico del caso es que los que más dinero recaudan en las giras son rockeros de la tercera edad que deberían estar disfrutando un retiro cómodo en la Florida pero que se ven obligados a volver a los escenarios. Muchos dicen que lo hacen por el amor al arte, y seguro hay algo de eso, pero al mismo tiempo es algo triste ver a Bob Dylan o a Brian Wilson tarareando sus propias canciones. ¡Claro! Hasta los artistas de 70 años tienen derecho a seguir grabando discos, pero he ahí otro problema. Incluso sus seguidores prefieren escuchar los viejos éxitos una y otra vez que comprar el nuevo material de sus supuestos ídolos.

Los nuevos discos de aquellas bandas que en el siglo pasado disfrutaban de un atractivo global se han reducido a un gusto de nichos, similar al de cualquier banda indie que apenas está lanzando su primer álbum. ¿Pero cómo fue que se detuvieron las tendencias y dejaron de existir las grandes bandas del mainstream? La respuesta, en una palabra: Internet.

industry

Gracias a las barreras que eliminó la red en la década anterior, el mercado se vio inundado por decenas de miles de propuestas que antes eran filtradas por la radio y la televisión. Sin ese filtro de por medio, los oyentes tuvieron (y todavía tienen) la libertad de escuchar todo lo que se les plazca por un costo mínimo. Si es que antes los gustos eran dictados por los DJs de KROQ, los editores de Rolling Stone, o los productores de MTV, las viejas normas de la industria pronto se vieron obsoletas por, digamos, una ruptura en la Matrix. Desde ese entonces, no ha existido una banda que logre llamar la atención de una audiencia masiva. Bandas como The Killers, Kings of Leon, Muse, o Coldplay pueden atraer a un considerable número de fans a sus shows, pero no se compara con lo que Queen, Rod Stewart, The Who, o Depeche Mode hicieron en su momento.

Y no solo eso, actos que pueden ser considerados «mainstream» en Estados Unidos (como Imagine Dragons) difícilmente logran tanto éxito en el Reino Unido, y viceversa (Kasabian). Mientras tanto, aquí en México lo que pasa por «mainstream» son bandas que pegaron hace 20 años como Molotov o Café Tacvba. El mexicano es conservador por naturaleza y suele ser alérgico a cualquier verso o melodía que no sea de su adolescencia… o la adolescencia de sus padres. Pero eso es material para otra opinión.

Los nombres que hoy pueden jalar a decenas de miles de asistentes JÓVENES a un solo lugar no son los de bandas, sino los de festivales: Coachella, Lollapalooza, Glastonbury, Rock in Rio, Primavera Sound, Austin City Limits, Reading & Leeds, y un largo etcétera. Estas son las marcas que más peso tienen en la industria musical, las que realmente se pueden definir como mainstream, y la iniciativa privada lo sabe. Incluso en México podemos presenciar este fenómeno de primera mano. La gente ha perdido interés por los conciertos en solitario, pero el número de gente que compra boletos para ir a festivales va incrementando. Los festivales mayores como el Vive Latino y el Corona Capital le dan la bienvenida a una cantidad ridícula de gente, mientras que otros eventos como Ceremonia, NRMAL, Bahidorá, MUTEK, EDC, y muchos más han ampliado su propuesta.

El interés no yace tanto en la música o en la alineación de un festival, sino en «la experienca» de éste, un término que encapsula toda actividad del asistente, desde el momento en que uno cruza las lineas de seguridad, hasta que se marcha del evento. Cuando se define cuál es la «la experiencia» que vende un evento, la música es solo uno entre tantos servicios que se ofrecen al consumidor. El Electric Daisy Carnival es prácticamente un juego de diversiones con sus juegos mecánicos; el Carnaval de Bahidorá es un balneario hipster; Cumbre Tajín es un centro turístico; y el MUTEK es… bueno, el MUTEK es el MUTEK.

Claro, todos estos eventos están saturados de marcas y patrocinios, una estrategia diseñada para posicionarse en la mente de los consumidores más cotizado de todos: Males and Females 18-34. Lo cual no tiene nada de malo, si eres un porrista del mercado libre. El festival también funciona como un laboratorio donde se ponen a prueba los extremos de la ley de la oferta y la demanda. Cuando uno entre al terreno de un festival, está pisando un lugar mágico en el que la inflación se dispara a lo griego, tu dinero pierde su valor, y aun así la gente consume productos y servicios como si hubieran francotiradores sobre las carpas. Es el sueño capitalista en esteroides.

Por eso resulta fascinante cómo la gente con poder adquisitivo se mudó de las tiendas discos a los festivales. ¡Lo cual es genial! Antes de los 90, los festivales eran una curiosidad europea, y no fue sino hasta Lollapalooza cuando el concepto del festival empezó arraigarse en Norteamérica, aunque en el principio si dieron de muchos topes en la cabeza. No fue sino hasta mediados de los 2000s que el fenómeno de los festivales explotó, en parte, gracias a la proliferación de bandas independientes. Así de la nada, los festivales del mundo contaban con miles de bandas que podían servir de relleno para que así sus headliners lucieran todavía más espectacular en los flyers. Al mismo tiempo, las bandas indie aprovechaban esas oportunidades para que su música sea escuchada por un público más diverso. Es chistoso, pero la gente parece emocionarse más por festivales que presumen cientos de grupos de nicho que un festival de pocas bandas pero bien curado.

Pero es la realidad del momento. ¿Alguna vez vieron la película de 101 de Depeche Mode? ¿Se acuerdan de la increíble vista en «Never Let Me Down Again» cuando Dave Gahan logra mover los brazos de un lado a otro a un océano de personas? Eso no era un festival, sino un concierto por una sola banda que se llevó a cabo en el Pasadena Rose Bowl, con más de 60,000 asistentes. Lo que hace 25 años podía lograr Depeche Mode por sí solo, hoy se necesitan 50 bandas en un line-up de Coachella. Eso dice más sobre la percepción cultural que tiene el público sobre la música que sobre las mismas bandas. Como se dijo al principio de ésta columna, la música se ha abaratado, y por eso hay que venderla como parte de un paquete, o de lo contrario, a nadie le va a interesar. Lo de hoy no son las bandas mainstream, sino los festivales mainstream. ¿Para qué escuchar música cuando pueden vivir una experiencia?

¿No les parece patético?

T: @ShyTurista

@elyex