Discafobia

¿Qué es la “discafobia”? Cinco claves para detectarla

Es el resultado de una larga y dura historia vinculada a la exclusión y discriminación de las personas con discapacidad. Cómo detectarla y por qué es importante eliminarla. Si tienes alguna inquietud recuerda contactarnos a través de nuestras redes sociales, o regístrate y déjanos un comentario en esta página. También puedes participar en el WhatsApp. Si usas Telegram  ingresa al siguiente enlace.

Rechazo, miedo y aversión. La fobia se relaciona con estas reacciones que surgen frente a un hecho o situación. En los últimos años han surgido distintos conceptos asociados a este término, como gordofobia, homofobia, entre otros. Sin embargo, poco se habla sobre la discafobia que no es más que el temor o actitud negativa que provoca la discapacidad y que se manifiesta de diferentes formas en nuestro día a día.

La discafobia tiene que ver con percibir socialmente a la discapacidad como una falla, un problema o defecto de la persona que debe ser arreglado o curado y es el resultado de una larga y dura historia vinculada a la exclusión y discriminación de las personas con discapacidad.

Detectar esta base conceptual parece complicado pero no lo es tanto si consideramos cómo percibimos la discapacidad en la vida cotidiana, de qué modo la visibilizamos y la forma en que la reproducimos y perpetuamos. Es así que la discafobia tiene que ver con una lógica estigmatizante y excluyente que cataloga negativamente a aquella persona con algún tipo de condición. Se trata de un entorno discapacitante que inhabilita, margina y degrada a las personas con discapacidad y que incluye falta de accesibilidad, discriminación, ausencia de representación o incluso de productos inclusivos. Sin embargo, la plena inclusión en la sociedad es un derecho fundamental al que toda persona debería poder acceder.

¿Por qué es importante combatir la discafobia?

Según el INADI, la discapacidad es la situación de discriminación más denunciada en 2021 (10,05%), lo que evidencia y muestra la gran asignatura pendiente que tenemos como sociedad en cuanto a naturalizarla y concebirla como parte de la diversidad.

Sin duda, lo que no se visibiliza y discute no puede cambiar. Es que basta preguntarnos: ¿cuántas personas con discapacidad vemos en la televisión, en novelas como protagonistas (y no como un accesorio), en películas, en publicidades?

El histórico modelo médico de la discapacidad ha privilegiado un imaginario de la discapacidad desde la enfermedad y la cura, la rehabilitación y la sociedad ha avanzado poco hacia un modelo social que la conciba desde las barreras y obstáculos de la sociedad, tal como lo establece la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad.

Entonces, no es casual que hoy en día sigamos siendo testigos de bullying, acoso y otras formas de violencia generalizadas y naturalizadas. La exclusión en términos de discafobia es solamente un resultado y consecuencia de aquella perspectiva, que se ha instalado en la vida cotidiana y que tiende a catalogar y estigmatizar.

Por eso, resulta fundamental animarnos a deconstruir la percepción de la discapacidad, si es que apostamos a una sociedad inclusiva y empática que no rechace lo diferente y tenga en cuenta a todas las personas y sus cuerpos.

¿Dónde está la discafobia? ¿Podemos detectar en qué momento reproducimos?

Sin duda, es posible si podemos ser más conscientes de nuestro accionar. Estas son 5 claves para tener en cuenta en ese camino.

Prestar atención a nuestras actitudes

En nuestro día a día, es muy frecuente reproducir actitudes que promueven la discafobia a través de la exclusión y discriminación. Tal es el caso de muchos ámbitos donde aún la persona con discapacidad no es incluida como el educativo o el laboral (el rechazo a incluir alumnos/as con discapacidad, la no incorporación en el trabajo) pero también los entornos recreativos, turísticos o comerciales. Muchas veces se encuentran aisladas o marginadas así como invisibilizadas. No queda atrás el ámbito médico, el cual en ocasiones no aborda a la persona con discapacidad de la manera adecuada, esto es, respetando su independencia y modos de hacer, sus ritmos y particularidades (por ejemplo, en servicios de salud sexual en el caso de mujeres con discapacidad). A la hora de tratarla es importante actuar con naturalidad, tener en cuenta sus necesidades y opiniones y hacer a esa persona partícipe de actividades o iniciativas.

Disminuir las barreras físicas y comunicacionales

Los obstáculos físicos y comunicacionales, así como falta de apoyos, forman parte del entorno discapacitante que no permite a las personas con discapacidad desenvolverse libremente, e inhabilita para realizar las actividades como cualquier otra persona. Tapar rampas y estacionamientos es el ejemplo más claro en cuanto a discafobia se refiere ya que tiene que ver con no respetar el derecho de la persona con discapacidad a circular. Por otro lado, rampas en mal estado o no construidas adecuadamente también forman parte de los impedimentos que diariamente las personas con discapacidad enfrentan así como falta de accesibilidad en el transporte. Resulta necesario eliminar también las barreras comunicacionales que afectan a personas con discapacidad auditiva, visual e intelectual entre las que se encuentran la falta de intérpretes en lengua de señas, sistema braille y pictogramas.

Cuidar el lenguaje

Las palabras y conceptos que elegimos no son casuales. Por el contrario, nos hablan de una manera de percibir el mundo y las personas. Cuando no somos conscientes de esto, solemos reproducir términos que perpetúan la exclusión y la estigmatización.

La lástima y compasión hacia las personas con discapacidad fue incorporándose al lenguaje con palabras como “padece” o “pobrecito” que suelen generalizar y no reflejan la realidad de la discapacidad. En ocasiones sin mala intención o voluntad, se suelen destacar logros tildando de “héroes” a las personas con algún tipo de discapacidad o, por el contrario, dudar de las capacidades.

Los insultos como “retrasado/a” , “mogólico/a” no solamente dejan entrever la falta de empatía, sino que obedecen a un imaginario de la discapacidad que tiende a pensar a los sujetos del colectivo como incapaces, dependientes y vulnerables.

Debemos ser responsables por las expresiones y palabras utilizadas a la hora de discutir o intercambiar opiniones en diferentes ámbitos como el político, por ejemplo: “Este Gobierno es autista”. Es incorrecto y estigmatizante.

Ampliar los productos y servicios

Hablar de diversidad es común en estos días. En este contexto, las marcas y empresas están apostando a ampliar su público destinatario a través de diferentes propuestas. Sin embargo, a menudo las personas con discapacidad permanecen aisladas de las iniciativas que se suelen encarar en pos de una mayor representación así como utilización de productos y servicios. Es así que el desafío hacia la erradicación de la discafobia también consiste en amplificar la audiencia y tener en cuenta poblaciones que históricamente han sido marginadas.

Tal es el caso de las personas con discapacidadm quienes diariamente se enfrentan a barreras y obstáculos en el acceso a diferentes productos y servicios.

Es por eso que resulta imprescindible por parte de empresas, marcas y organizaciones un foco no solamente en el diseño universal que contemple la diversidad de usos y experiencias sino apostar a prácticas más humanas e inclusivas que se plasmen en procesos, entornos, espacios, representaciones (en locales y negocios, en el trato, en la comunicación) y que piensen a la persona con discapacidad como consumidora, cliente, compradora, en definitiva, como persona.

Derribar mitos y prejuicios

Finalmente, vale la pena mencionar los tantos estereotipos, mitos y prejuicios que atraviesan las acciones, actitudes pero también las políticas e iniciativas para seguir instalando una concepción de la discapacidad basada en la falla y la falencia.

Este conglomerado de imágenes ligadas con la discapacidad tienen que ver con una lógica que posiciona a la persona que la vive como fallada, asexuada, pasiva y “desgraciada” alejada completamente de los parámetros de normalidad y belleza establecidos históricamente (esto se encuentra, por ejemplo, en expresiones como “tiene un problema” en lugar de la expresión correcta “tiene una discapacidad”).

Por otro lado, esta representación se encuentra fuertemente arraigada en el caso de las mujeres con discapacidad las cuales se encuentran doblemente excluidas.

Cabe pensar: ¿cuántas madres con discapacidad vemos habitualmente? Dentro de este imaginario también se percibe a la persona con discapacidad como alguien que “no puede”, trasladando esa mirada a la mayoría de los ámbitos que no contemplan a la persona con discapacidad imponiendo barreras y obstáculos.

De hecho, la inclusión laboral de las personas con discapacidad es una de las más grandes asignaturas pendientes relacionada con prejuicios que tienden a concebir a la persona con discapacidad como improductiva.

Necesitamos dejar de tenerle miedo a la discapacidad. Tal vez para disminuir, y finalmente, erradicar la discafobia necesitamos cuestionarla. Visualizar un contexto en el que la discapacidad ha quedado fuera de debates históricos y anclada en mitos y tabúes para comenzar a prestar atención a nuestras acciones diarias. Interiorizarnos, reeducarnos para abrir un camino nuevo sin ningún tipo de violencia y que contemple a todas las personas.