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Qué es el jarabe de maíz de alta fructosa

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Qué es el jarabe de maíz de alta fructosa y cómo puede contribuir al sobrepeso u obesidad

Se trata de un ingrediente que suele agregarse a una amplia gama de productos procesados para lograr un sabor más dulce. En ese sentido, los expertos aseguran que un consumo alto y prolongado de JMAF puede contribuir al desarrollo enfermedades como síndrome metabólico, obesidad, hiperglucemia, dislipidemia e hipertensión arterial.

Comer sano y balanceado es una de las llaves para prevenir futuras enfermedades como la obesidad, la hipertensión o la diabetes. Para esto, resulta importante que los consumidores tengan acceso a una información completa sobre cómo están fabricados los alimentos. Dentro de los componentes, aparece un ingrediente endulzante: el jarabe de maíz de alta fructosa (JMAF). Actualmente, en la Argentina no es obligatorio incorporar en las etiquetas la cantidad o concentración de azúcares que contienen los productos.

“Las recomendaciones nutricionales para la población general es que la cantidad de hidratos de carbono cubra un 55% aproximadamente del total de energía. Un máximo de 10% de azúcares libres. Calcular ese 10% para el consumidor no es tarea sencilla”, explica Jacqueline Schuldberg, licenciada en nutrición (M.N. 1170).

El JMAF es un edulcorante líquido que se obtiene a partir del almidón de maíz y está compuesto en un 30% por amilosa y un 70 % por amilopectina. “Si se toma como punto de referencia el poder endulzante de la sacarosa (azúcar de mesa) como 100. El de la fructosa es de 170, lo que indicaría la posibilidad de un mayor dulzor a menor concentración”, aclara la especialista.

Este ingrediente surgió en 1970 en Estados Unidos como una alternativa a la sacarosa, fundamentalmente por ser más económico y estable en alimentos y bebidas. Resulta importante destacar que no se encuentra de forma natural en los alimentos, sino que se produce a nivel industrial y se agrega a una amplia gama de productos procesados. Dentro de sus propiedades se destacan un intenso sabor dulce y un bajo costo.

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“Gran parte de la fructosa consumida en países desarrollados o en vías de desarrollo proviene del agregado de JMAF. Este consumo viene incrementándose notablemente en los últimos años”, indica Schuldberg.

La fructosa es un monosacárido que se absorbe en el intestino delgado y se metaboliza en el hígado y está presente en forma natural en frutas, verduras y miel. Además, se puede encontrar de forma agregada -como el JMAF- en alimentos procesados industrialmente, principalmente en bebidas azucaradas.

En esa línea, la especialista en nutrición asegura que diversos estudios muestran que la alimentación contemporánea ha ido corriendo los límites de dulzor original -leche materna, hortalizas, frutas, leche y yogur sin azúcar agregada- hacia alimentos con azúcar agregado; en suma con los estímulos adicionales de los edulcorantes no nutritivos.

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Un análisis realizado por el Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA) mostró que la ingesta promedio de azúcar -total- es de 109 gramos, lo que representa un 25% de la energía total. Con valores máximos de ingesta en niños en edad escolar y adolescentes. Sumado a esto, el estudio arrojó que un 70% de la ingesta total se vincula al azúcar agregado (76 gramos), del cual, tres cuartas partes provienen de tres fuentes alimentarias: bebidas azucaradas, azúcar en infusiones y panificación y galletería dulce. En la investigación participaron personas de entre 1 y 69 años de once ciudades argentinas.

“Analizando los trabajos surge la necesidad de generar estrategias y programas de educación alimentaria para reeducar la percepción del dulce. De aprender a saborear el dulzor de los alimentos con azúcares naturales o intrínsecos, como los contenidos en hortalizas, frutas, leche y yogur. Comenzar este camino de reeducación ayudaría a disminuir la incidencia y prevalencia de sobrepeso, obesidad, diabetes, entre otras”, confirma Schuldberg

Por lo tanto, la ingesta prolongada y alta de fructosa puede contribuir al desarrollo enfermedades como síndrome metabólico, obesidad, hiperglucemia, dislipidemia, hipertensión arterial, las cuales constituyen factores de riesgo para enfermedades cardiovasculares y diabetes. También, puede generar distensión abdominal, meteorismo y diarrea.

En primer lugar, el sobrepeso y la obesidad se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Si bien la obesidad está determinada por factores genéticos, también se ve influenciada por diversos factores ambientales (psicológicos, sociales y económicos). La Encuesta Nacional de factores de Riesgo ENFR, realizada en 2018 en Argentina, reveló que 6 de cada 10 adultos mayores de 18 años tienen sobrepeso u obesidad, un 74% más de personas con sobrepeso que en 2005 y un 22% más que en 2013.

“La mayoría de los individuos con sobrepeso u obesidad tienen una ingesta alimentaria desequilibrada en cantidad y calidad, ya que esto potencia la aparición del aumento de peso”, aclara la también miembro del Comité de Nutrición Ampliado en SAP (Sociedad Argentina Pediatría).

Y agrega: “La elección de alimentos con alto contenido graso, azúcar agregado o JMAF promueven balances positivos de energía y mecanismos hormonales, que sumado a hábitos como la ingesta rápida, desorden en los horarios de alimentación, ansiedad o depresión, potencian la enfermedad”.

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Por otro lado, las altas concentraciones de fructosa disminuyen la sensibilidad a la insulina. En consecuencia, se genera un aumento de los valores de glucosa en sangre. Según especifica la experta, los valores altos de insulina estimulan la producción hepática de grasas e influyen sobre el desarrollo de la hipertensión.

“Sabiendo que hay tantas enfermedades que pueden ser modificadas o tratadas. A través de una alimentación que cumpla con las leyes de cantidad, calidad, armonía y adecuación. El rol de la educación alimentaria es fundamental. Este es uno de los grandes objetivos del profesional de la salud, más aún, de la nutrición”, afirma la especialista

En la actualidad, en el país se debate la ley del etiquetado frontal de alimentos. El objetivo radica en encontrar una especie de sistema que integre -o logre un equilibrio- entre la matriz del alimento y los nutrientes críticos no recomendados (ácidos grasos saturados, sodio y azúcares).

Tanto en la Argentina como en el mundo, el JMAF es un ingrediente utilizado con frecuencia dentro de la industria. Por lo que resulta fundamental aprender a leer las etiquetas y reflexionar sobre el aporte nutricional de cada producto. Sin duda, la educación alimentaria poblacional será el inicio de un largo camino que consolide un mayor bienestar a la salud.