Pueblo Manta

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Pueblo Manta. La primera noticia histórica de los habitantes de la costa ecuatoriana se fecha en 1526 cuando tuvo lugar el encuentro fortuito de una balsa indígena dedicada al comercio con una embarcación española. Si tienes alguna inquietud recuerda contactarnos a través de nuestras redes sociales, o regístrate y déjanos un comentario en esta página. También puedes participar en el WhatsApp. Si usas Telegram ingresa al siguiente enlace.

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¿Qué debes saber?

  • La cronología arqueológica de la costa ecuatoriana delimita un periodo entre el 800 y 1532 d.C. que se denomina “manteño”. Corresponde a una cultura organizada en señoríos y cacicazgos que fue la que encontraron los españoles a su llegada.
  • Su economía se basaba en la agricultura y la pesca, dinamizadas por una fuerte vocación comercial con rutas marítimas a larga distancia.
  • La concha spondylus era la base de todo intercambio y muestra del potencial comercial y de navegación de los manteños.
  • Las sillas de poder y las casas de reunión constituían los símbolos de una forma particular de organización socio-política con centros ceremoniales y de gobierno de influencia regional.

El devenir del pueblo Manta y su etnogénesis

La primera noticia histórica de los habitantes de la costa ecuatoriana se fecha en 1526 cuando tuvo lugar el encuentro fortuito de una balsa indígena dedicada al comercio con una embarcación española.

A partir de ese momento se desarticularon las rutas comerciales y los historiadores sostienen que se produjo un derrumbe demográfico generalizado por el efecto de enfermedades y la consecuente desarticulación de las redes y sistemas productivos preexistentes. Así frente al interés obsesivo que despertaban los Andes y los centros de poder incaicos, esta parte de la costa ecuatoriana quedó relegada a un segundo plano.

La escasa atención que despertó en los cronistas tiene consecuencias irreparables para la reconstrucción de su historia. Estos indígenas no fueron siquiera nombrados, no nos queda un nombre concreto para ellos.

Tampoco existen datos sobre la lengua que hablaban. Se abre así paso a hipótesis y especulaciones a las que se une el propio devenir colonial de estos pobladores.

En la historiografía local todo ello reafirma la peculiaridad de la costa respecto al resto del país. Por un lado se niega que los incas sometieran a estos pueblos costeños y por otro se especula con un origen diferencial al del resto de los pobladores americanos.

Los indígenas de la costa se difuminan a partir de mediados del siglo XVI

Fueron pocos los españoles asentados en estas tierras: no había ni recursos atractivos (oro o piedras preciosas) ni indígenas suficientes para encarar empresas de envergadura. No es de extrañar que este rincón de la costa se convirtiera en refugio de piratas.

Se conforma así una sociedad de frontera, en la que más que la rigidez propia de los sistemas de castas de la colonia americana, la norma fue una movilidad social muy acusada.

Las escasez de noticias sobre estos indígenas durante los siglos XVII y XVIII no se supera hasta la segunda mitad del XIX cuando aparecen referencias a las iniciativas de los habitantes de Jipijapa —el más importante municipio de indios de la región— en su lucha, como indígenas, por el reconocimiento de la propiedad del territorio.

Parece evidente que durante estos siglos se asiste a un proceso ambivalente de des-indianización e indianización de la población autóctona, como estrategia ya sea para librarse de los impuestos (des-indianización), ya sea para reclamaciones territoriales (indianización).

Esta táctica para visibilizar o invisibilizar lo indígena se ve animada precisamente por ese carácter periférico que hace mucho más flexible la movilidad social, tal y como sucede en otros contextos.

La autocalificación como indígena o mestizo parece quedar abierta a un cálculo pragmático favorecido por la laxitud del gobierno en estas latitudes.

Sistema socioeconómico
Las haciendas, como sistema socioeconómico, marcarán el devenir de estas tierras desde mediados del siglo XIX hasta la segunda mitad del siglo XX.

Su implantación supuso una forma de apropiación territorial en conflicto con los intereses de los pobladores locales; pero poco pudieron hacer éstos más que convertirse en trabajadores asalariados de las nuevas empresas agropecuarias.

No obstante, el declive de este sistema socio-productivo trajo consigo una revitalización local que coincidió con nuevas reivindicaciones territoriales y la constitución legal —entre los años sesenta y setenta del siglo XX— de las cuatro comunidades que constituyen hoy el pueblo Manta (que en los ochenta quedaron encuadradas conjuntamente dentro del nuevo cantón Puerto López).

El proceso histórico contemporáneo de estas comunidades está marcado por (1) la desactivación del régimen de hacienda, (2) el desarrollo de una política de protección ambiental que culmina en la creación del Parque Nacional Machalilla (1979), (3) las excavaciones arqueológicas que se desarrollan de forma continuada desde finales de los setenta y (4) el progresivo desarrollo turístico de toda la región.

Este reciente devenir es un indicador de la superación del secular carácter marginal del sur de Manabí.

Las comunidades manteñas viven hoy fundamentalmente de la agricultura, la pesca y la recolección de frutos silvestres, pero sobre todo del turismo (fundamentado en su patrimonio arqueológico) que se va conformando como la actividad con mayor peso en sus economías.

Mantienen territorios de propiedad comunal sobre los que se ciernen apetencias especulativas que provocan no pocos conflictos.

Asimismo las regulaciones del Parque Nacional Machalilla afectan a las actividades pesqueras, ganaderas, recolectoras y turísticas, aunque ya se superaron las crisis y enfrentamientos con la administración del parque a principios de los ochenta.

Desde 1992 los manteños celebran anualmente el “Festival de la balsa manteña” que rememora el primer encuentro de los indígenas costeños con los conquistadores en 1526.

Frente a los actos oficiales del quinientos aniversario del “descubrimiento de América” en 1992, las organizaciones indígenas a nivel internacional proponían expresar los “quinientos años de resistencia indígena”.

El surgimiento del festival de la balsa manteña es muestra de que estas comunidades no han estado aisladas del movimiento indígena ecuatoriano. Adoptaron esa invitación reivindicativa pero en este caso fuertemente connotada con la expresión de sus derechos de posesión territorial como descendientes de aquellos pobladores del siglo XVI.

Coincidiendo con este ritual festivo se desató un movimiento reivindicativo que reclamaba una identidad diferenciada aún sin definición explícita.

Agua Blanca, El Pital, Las Tunas y Salango, buscaban un espacio propio entre la identidad montubia —mestiza y de fuerte implantación en el conjunto de Manabí— y la identidad huancavilca —de carácter indígena, extendida al norte de la vecina provincia de Santa Elena, y que integraba teóricamente a estas comunidades manteñas bajo el paraguas manta-huancavilca.

No obstante las comunidades manteñas no se sentían representadas en ese pueblo Manta-huancavilca y reclamaban su autonomía.

Paralelamente, en esos momentos las problemáticas en torno a las tierras comunales seguían latentes en comunidades como Agua Blanca o Las Tunas y alcanzaban su mayor virulencia en Salango, con ventas calificadas de ilegales y distintos episodios de violencia al interior de la comunidad.

Asimismo, a partir de los noventa, la reivindicación indígena ecuatoriana, con el liderazgo de la CONAIE, tuvo como elemento principal de sus propuestas la reclamación de derechos de posesión y propiedad de tierras ancestrales.

La legitimidad sobre estas tierras descansaba precisamente en el carácter colectivo de su reclamación, en la que los sujetos de derecho no eran individuos sino pueblos. En este punto, la ancestralidad necesaria para la reivindicación territorial sólo podía encarnarse a través de un reconocimiento como pueblo indígena diferenciado.

Por otra parte, en una carrera por legitimar el carácter indígena del Ecuador y ganar poder en el concurso político nacional, cualquier atisbo de pueblo en formación, cualquier identidad emergente, eran objeto de interés preferente: la CONAIE y otras organizaciones indígenas serían más fuertes en tanto en cuanto representaran a mayor número de pueblos y nacionalidades.

En este contexto hemos de encuadrar el proceso, indudablemente animado desde el exterior, que siguieron estas comunidades para ser acogidas en el seno de la CONAIE en 2005.

Ese mismo año, el propio Estado, a través del Consejo de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos del Ecuador (CODENPE) reconoció oficialmente al pueblo Manta, legitimó a sus líderes y registró sus estatutos.

Casi quinientos años después del primer encuentro de los indígenas de la costa con los conquistadores, la política pluricultural legitimaba el surgimiento de un nuevo actor indígena en el Ecuador.

En los formularios del censo de población 2010, en el epígrafe reservado a la autoadscripción indígena, aparece “Manta” como uno de los pueblos a los que adscribirse en el país, avalándose así la culminación formal del proceso de etnogénesis.

En ausencia de particularidades lingüísticas o culturales, el territorio debe ser considerado como una dimensión fundamental del proceso de etnogénesis manteña, la reivindicación territorial tiene una base común muy sólida

El grupo de comunidades que hoy se denominan “manteñas” nos sitúan ante un proceso táctico-adaptativo que tiene tanto de respuesta mecánica y pasiva como de creatividad propia.

Nada nuevo por otra parte, ya en el pasado los habitantes de esta región se habían auto-indianizado o auto-des-indianizado según lo recomendara la coyuntura fiscal, política o territorial, y siempre bajo el dominio de poderes externos.

Hoy la amenaza a su forma de vida viene a través de las regulaciones restrictivas del Parque Nacional y de la especulación urbanística. Pero la coyuntura también depara oportunidades que anidan en el mercado y que se asocian estrechamente con la defensa legítima de su estatus como pueblo ancestral.

Es paradójico comprobar que tanto el Estado como las organizaciones internacionales han animado, directa o indirectamente, los procesos de etnogénesis desde los años ochenta: baste recordar cómo los proyectos de intervención socio-económica se aplican preferentemente a pueblos indígenas.

El propio pueblo Manta ha visto cómo la intervención de la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID) en 2008 se ha facilitado por dirigirse a un pueblo indígena antes que a cada una de las comunidades por separado.

En la actual coyuntura, la indigenización otorga un marchamo especial que sitúa estratégicamente a quienes lo poseen como destinatarios de la ayuda internacional.

Los manteños surgen así en medio de una cacofonía de identidades y reclamos en el Ecuador contemporáneo, con el Estado plurinacional de fondo y el aval de las organizaciones indígenas nacionales e internacionales.

La apelación a lo manteño es una forma de participación política; pero es, además, un modo eficaz de diferenciarse y ganar autonomía para establecer exclusividad sobre un territorio y situarse estratégicamente ante el mercado turístico.

Todo ello hace que la etnogénesis sea algo más que consecuencia mecánica de un proceso originado externamente, y que podamos intuir a su alrededor la emergencia de prácticas creativas que nos ayudarán a entenderlo más profundamente.

 

Ubicación

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