Tokio 2020, la noticia que nadie quiere dar

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Por: Andrés Luna Montalvo.

Lo único seguro de Tokio 2020 es que los Juegos Olímpicos no se volverán a postergar, las opciones son llevarlos a cabo del viernes 23 de julio al 8 de agosto o cancelarlos definitivamente; hay indicios de que lo segundo se oficializaría en las próximas semanas o días. Pese a las persistentes declaraciones de las autoridades japonesas de querer llevar adelante los Juegos Olímpicos, el estado actual de la pandemia, el aceleramiento de los contagios y las muertes en el planeta que se cuentan por millones, solo hace anticipar que se trata de un formalismo por desentenderse de ponerle la cara a la noticia que nadie quiere dar, luego de invertir cerca de 25 mil millones de dólares en la preparación del evento, 10 mil millones más de lo que se gastó para Río 2016.

La pregunta obvia ante el devastador escenario es ¿por qué si se juegan tantos torneos de fútbol o se han desarrollado eventos como las Grandes Vueltas de Ciclismo, no se pueden llevar a cabo los Juegos Olímpicos?, la respuesta está en la proporción. Para el Tour de Francia se preparó una logística para 176 ciclistas, un contingente que no rebasó a las mil personas monitoreadas dentro de la burbuja. Los Juegos Olímpicos reciben a 11.000 atletas, en una Villa Olímpica donde duermen 40.000 personas, sin contar con los 25.000 periodistas y 500.000 turistas que llegaron a Río de Janeiro en 2016 y que su presencia se descartó definitivamente en Tokio hace apenas semanas.

En una encuesta desarrollada por la agencia Kyodo, donde se consultó a los habitantes de Tokio sobre la realización de los Juegos, el 80% opinó que no deben llevarse a cabo, entre el 45% que insistía en postergarlos y el 35% que definitivamente optaba por su cancelación. En una ciudad de diez millones de habitantes, ocho millones no quieren los Juegos para este verano, un campo minado para las autoridades que decidan ir en contra de esta voluntad. Y es que las restricciones en Japón han sido lo suficientemente angustiantes como para permitir la llegada de deportistas de 206 países, la mayoría de ellos desbordados por la pandemia, quienes deben distribuirse en 339 eventos a lo largo de su territorio para cumplir con las 50 disciplinas programadas para esta ocasión. Una verdadera osadía ante un planeta que continúa en plena carrera ante el mortal virus.

Llegará la hora de la verdad, cuando el gobierno del primer ministro Yoshihide Suga, las autoridades del Comité Olímpico Internacional que siguen presionando bajo el comando de Thomas Bach y las marcas implicadas, deban encarar el escenario previsible cuando apenas nos separan seis meses del desfile inaugural y el panorama en el mundo sigue siendo tormentoso. La crisis sanitaria, la aguda situación económica, la irregular preparación de los deportistas e incluso la renuencia de varias delegaciones a participar, pudieran seguir precipitando la cancelación definitiva, esa que pondría a Tokio nuevamente en la fila para poder organizar los Juegos del 2032, luego de que París y Los Ángeles están dispuestos a defender sus sedes de 2024 y 2028, respectivamente.

La última vez que Tokio fue sede olímpica se remonta a 1964, una ciudad que en nada se parece a la que ofrecía albergar el evento en este año, para el que prepararon robots humanoides que servirían de guías a los cientos de miles de turistas y un tren que viaja a 600 kilómetros por hora, desplazándose bajo el principio de levitación magnética, que lo convierte en el más rápido del mundo. Los japoneses, planificadores como ninguna otra cultura en el planeta, se enfrentan con sus propios reparos antes de encarar una casi inminente cancelación, quizás fieles a un viejo proverbio que ellos mismo inventaron, “si piensas en ello, decídelo, si ya lo decidiste, deja de pensarlo”.

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