El regreso de la Superliga

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Por: Andrés Luna Montalvo.

“La gente que está atrás de esto no es tonta”, sentenciaba Wayne Rooney, máximo goleador inglés de la selección nacional y del Manchester United, apenas le preguntaron su opinión sobre la creación de la Superliga Europea. El proyecto, que feneció en 48 frenéticas horas, volverá con nuevos matices, pero una misma esencia, “hasta el 2024 no habrá fútbol si no cambiamos”, reconoce el magnate Florentino Pérez, presidente del Real Madrid y del proyecto de los 12 clubes más ricos del mundo.

No obstante, la Superliga mostró sus fauces en 1997, cuando los clubes más poderosos de Europa amenazaron a la Unión de Federaciones Europeas de Fútbol (UEFA) con desertar de sus torneos si no se repartía mejor la torta. Fue en ese preciso momento el renacer de la UEFA Champions League, que había adoptado este nombre apenas cinco años atrás, en 1992 tras otro cambio sustantivo. Todo se trataba de presupuesto, para la época no habían llegado los propietarios de los Emiratos Árabes Unidos ni de Rusia ni de Estados Unidos a la faena europea, pero clubes como el Oporto, el Ajax o el PSV Eindhoven tenían aún autoridad para golpear la mesa. Aunque hoy esa autoridad la tenía el PSG francés, optó por no sumar al exclusivo club debido a que sus dueños qataríes están a las puertas de organizar un delirante Mundial en un país de apenas dos millones de habitantes y no había por qué poner de mal humor a la FIFA con una adhesión de esta naturaleza.

Han pasado 23 años de ese primer intento de Superliga que se sofocó con dinero y no pasará el mismo tiempo para que una nueva competición, como fue en su momento el formato actual de la Champions League, ingrese en escena. Las condiciones lo obligan y vale explicarlas sin convertirse en parlantes de la gallada de Florentino y menos de la escatológica FIFA o la intervenida UEFA. Lo único real es que hay un dramático cambio en las audiencias y las nuevas generaciones no han sacralizado al fútbol como lo hicimos nosotros en los ochentas y noventas cuando la televisión, sin competencia, nos inmovilizaba frente a su pantalla para encandilarnos 90 minutos. YouTube, Tik Tok, WhatsApp, Instagram o Twitch son ahora los líderes en la industria del entretenimiento.

Si hace 20 años no se veía un partido, simplemente no había información ni registros de éste hasta el noticiero de la noche. Es más, si lo querías alcanzar por la radio, se imploraba ansiosamente para que los locutores anunciaran tiempo y marcador. Hoy eso es pieza de museo, las aplicaciones notifican resultados, goles, tiempo y novedades al instante, sin estar pegado a la pantalla, a ninguna. Mirar un partido por 90 minutos es un imposible para cualquier persona con un dispositivo móvil conectado a internet, a menos que ese partido sea entre Real Madrid y el Manchester City o el Barcelona contra la Juventus. Esa es la génesis de la Superliga y lo que revelaron las millonarias encuestas que financiaron sus precursores para dar ese salto temerario.

“Creo que no lo comunicamos bien”, justificó Pérez, representante de quienes, presos de su soberbia, ni siquiera se tomaron el tiempo de explicar un proyecto que anunciaron una noche como quien inaugura un campeonato infantojuvenil. Lo comunicarán mejor y sus negociaciones se expondrán más frutíferas; el propio primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, quien fue el verdadero artífice de la suspensión del proyecto (amagó con un cambio en la normativa que les prohibiría a los propietarios de los equipos quedarse con el 100% de sus acciones reduciéndolas por ley al 51%), volvería a darle su visto bueno como todo indica se lo dio a los clubes semanas atrás de su estruendoso fracaso. Y es que el fútbol debe cambiar, de eso no nos cabe duda, siempre lo ha hecho, y serán mañana sus competiciones y pasado mañana sus reglamentos, pero la arrogancia de los “niños ricos” fue castigada y obligada a replegarse para buscar nuevos acuerdos, porque como advertía Aristóteles, “cuando la democracia se desgasta y se debilita es suplantada por la oligarquía”.

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