No procrastinas por pereza o falta de tiempo

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No procrastinas por pereza o falta de tiempo. La culpa la tiene tu estado de ánimo (y la forma en la que lo gestionas)

Llevo días tratando de escribir este artículo, pero lo he ido dejando, lo he ido dejando… y aquí me tenéis, acabándolo un par de minutos antes de tener que publicarlo. Lo curioso es que, mientras lo escribo, he descubierto que tengo un problema, sí; pero uno más serio de lo que sospechaba.

La buena noticia es que tengo, también, una solución.

¿Qué se supone que es eso de la procrastinación? Bajo ese término cada vez más popular se esconde algo que la mayoría de las personas ha experimentado de una forma u otra: «demorar las acciones voluntariamente a pesar de que con ello nos irá peor (que no demorándolas)». Cosas como estudiar un examen el día de antes, postergar tareas hasta el último momento o dejar para mañana lo que puedes hacer hoy son, según la definición popular, procrastinar.

¿Y qué tiene de malo procrastinar?

Al fin y al cabo, el discurso de la procrastinación ha crecido casi de la mano con el discurso de la productividad personal. Por eso, muchos expertos insisten en que las personas no «procrastinan porque sean vagas, es su cuerpo pidiéndoles que paren». No es mentira; y, sin embargo, eso solo cuenta una pequeña parte de la historia.

Vivir sobrepasados.

Primero: porque, como nos explicaba el profesor de la Universidad de Zaragoza, Juan Ramón Barrada, el mismo concepto de «procrastinación» es cuestionable. No porque la gente no deje para mañana las cosas que puede hacer hoy, sino porque solo se entiende como procrastinación lo que se posterga voluntariamente.

«Si vives sobrepasado por la vida, ‘dejar cosas para mañana’ no es procrastinar», nos decía Barrada. Y lo cierto es que, cuando metemos ese factor en la ecuación, la cosa cambia radicalmente: muchas de las cosas a las que se refieren los críticos del párrafo anterior no son, en sentido estricto, procrastinación y nos hacemos un flaco favor llamándolas así.

Procrastinar es malo para la salud.

Segundo: nos hacemos un flaco favor porque, emborronándolo todo, perdemos de vista la procrastinación real. Algo que las investigaciones disponibles sí permiten dejar claro que genera problemas. Y no solo porque la productividad en algunos momentos de nuestra vida es más crítica que en otros (por ejemplo, durante la formación universitaria, la productividad permite acceder a oportunidades que de otra forma no tendríamos).

Lo cierto es que procrastinar (es decir, «demorar acciones a pesar de que con ello nos irá peor») se asocia con una peor salud mental (especialmente en trastornos emocionales), pero también física (dolores de cabeza, gripe y resfriados, problemas digestivos, dolor incapacitante o problemas cardiacos) con estilos de vida poco saludables (mala calidad del sueño o inactividad física), con (posiblemente vinculado a lo anterior) y con como mayor soledad o mayores dificultades económicas.

¿Y qué podemos hacer?

Esa es la gran pregunta. En los últimos años, muchos expertos se han dado cuenta de que independientemente del origen último de la procrastinación, «encontrar mejores formas de regular las emociones podría ser una ruta para mejorar» todos estos problemas.

Pero, claro, esto es siempre más fácil decirlo que hacerlo. Sin embargo, la psicología clínica y la medicina conductual tiene herramientas que nos pueden ser de ayuda. En general, los tratamientos más efectivos contra los trastornos emocionales tienen que ver con lo que conocemos con la ‘activación conductual’: es decir, con la idea de que nuestra vida debe regirse por un plan y no por nuestro estado de ánimo.

En términos prácticos, los problemas de gestión emocional pueden convertirse en un círculo vicioso en el que nos vamos retirando de las actividades habituales y nos vamos ‘encerrando’ en otras actividades que solo nos hunden más en la depresión, la ansiedad y el estrés. Los trastornos emocionales nos atrapan y funcionan como cárceles en potencia. No basta con decirle a alguien con depresión que se mueva, no basta con sugerir a una persona con ansiedad que se tranquilice.

Un plan, no un estado de ánimo.

La actividad conductual intenta que las personas «vuelvan a activarse» y salgan de ese círculo vicioso. ¿Cómo? Saliendo con amigos, acudiendo a un cineclub o, efectivamente, haciendo deporte… Exponiéndoles al tipo de cosas que los psicólogos llaman ‘intrínsecamente gratificantes’: que les hacen sentir bien y les ayudan a «salir de esa cárcel». Exponiéndoles (esto es importante) aunque no les apetezca. Porque no hay forma menos eficaz de combatir la procrastinación que dejarlo para mañana.