Niños eran subastados y obligados a trabajar en granjas de Suiza
Un caso excepcionalmente tardío es el de Christian.
En 1979, su madre estaba en dificultades; recientemente divorciada de un marido violento, necesitaba sustento.
Pero en vez de ayudarla con ello el estado le quitó a sus hijos de siete y ocho años y se los llevó en auto a una granja a varios kilómetros.
Apenas llegaron les dieron overoles y botas de goma.
Tenían que trabajar antes y después de ir a la escuela, durante fines de semana, todo el año.
Christian recuerda un incidente que tuvo lugar en un silo en el que se almacenaba pasto cortado.
«En invierno estaba bastante congelado y tenía que golpear con fuerza con la horquilla y me ponían presión, y entonces ocurrió el accidente en el que la horquilla atravesó mi dedo del pie».
Christian dice que los accidentes nunca se reportaban a su madre o a los servicios sociales.
Hambrientos, golpeados
Y si los niños no trabajaban lo suficientemente duro había represalias: como castigo, les quitaban comida.
«Cuando miro hacia atrás veo que pasamos cinco años en los que estábamos constantemente hambrientos», dice Christian.
Si no trabajaban duro, había otras consecuencias, incluida la violencia.
«Había muchas golpizas, bofetadas, tirones de cabello, de orejas; en una ocasión hicieron algo parecido a una castración simulada».
«Trabajo barato»
Christian no tiene dudas de por qué los pusieron a él y a su hermano al servicio del granjero.
«Creo que se trataba de trabajo barato… éramos rentables», dice.
Los historiadores calculan que hubo cientos de miles de casos como el de Christian.
Tan solo durante un año, en la década del 30, los registros dan cuenta de que 30.000 niños fueron dados a familias adoptivas en Suiza.
«Es difícil saber con precisión cuantos hijos por contrato había, ya que los registros se llevaban a nivel local y a veces ni existían», dice la historiadora Loretta Seglias.
Estos niños eran tratados como mercancías, tal como lo demuestra el hecho de que hasta mediados del siglo XX hubo casos en que se los llevaba la plaza de un pueblo y se los subastaba al público.
«A veces llegaban como bebés»
Seglias tiene algunas fotografías.
En una se ve a una niña que parece de apenas dos años.
«Ella limpiara suelos y recogería la leche. Algunas veces llegaban a las granjas como bebés y a medida que crecían hacían más trabajo», dice Seglias.
En sus investigaciones, y al hablar con personas que fueron niños por contrato, encuentra temas recurrentes.
Uno es la falta de información, que aparece una y otra vez.
«Los niños no sabían qué les estaba pasando, por qué se los llevaban, por qué no podían volver a casa, ver a sus padres, por qué eran abusados y nadie les creía», dice.
«Lo otro es la falta de amor. Estar con una familia en la que uno no es parte de la familia, sino simplemente estar allí para trabajar».
Todo esto dejó una marca devastadora para el resto de sus vidas.
Algunos tienen profundos problemas psicológicos, dificultades para involucrarse con otros y con sus propias familias.
Para otros fue demasiado, algunos se suicidaron tras esa dura niñez.
«Feliz»
A veces los visitaban trabajadores sociales.
Christian no recuerda que en alguna de esas visitas él estuviera a solas con el trabajador social.
En documentos sobre su caso, los trabajadores sociales escribieron que Christian era «feliz».
En una de sus inusuales visitas a su madre, la mujer hizo que lo revisara un médico, que concluyó que estaba extenuado física y psicológicamente.
Eso llevó a que se lo sacara de la granja en 1985, a los 14 años; su hermano mayor también se fue en ese momento.
Los enviaron a una institución estatal.
Compensación
En años recientes Suiza ha pasado por un período de examen de conciencia.
En 2013 se hizo un pedido de disculpas oficial a los hijos por contrato y otras víctimas de medidas forzosas del estado: personas que habían sido esterilizadas o detenidas sin razón.
El activista Guido Fluri ya consiguió 100.000 firmas que podrían permitirle hacer un referendo acerca de una posible compensación para las víctimas.
Quiere que se destine un paquete de unos 500 millones de francos suizos (530 millones de dólares) para los 10.000 hijos por contrato que todavía viven, además de otros que fueron afectados por las medidas coercitivas del estado.
No se trata sólo de dinero, dice Fluri. «Lo importante es llegar a que se reconozca ese gran sufrimiento».
En busca de respuestas
Christian accedió a los documentos oficiales de su caso en julio pasado.
«Es muy muy importante, es mi vida. También es importante para poder hacer un cierre de esto de una forma histórica y científica», dice.
Su caso tiene unas 700 páginas, que Christian está todavía estudiando para intentar hallar respuestas, respuestas a preguntas como por qué se los llevaron, por qué tan lejos de su madre, o si sabían las autoridades el tipo de trabajo que estaban haciendo.
No es tarea fácil; en general los documentos están redactados por empleados de los servicios sociales, cuya perspectiva puede variar grandemente de la de los afectados; y no tienden a mencionar los abusos.
Lo que sí hay entre los papeles es un contrato con el granjero, que muestra que sus padres le pagaban a la familia adoptiva 900 francos suizos por mes, una cifra que luego se incrementó.
«Mentiras»
Los padres adoptivos de Christian accedieron a una visita de la BBC, y estaban dispuestos a hablar con él.
Al principio, ante la BBC, el granjero y su esposa acuerdan hablar siempre que se mantenga su anonimato.
Rechazan todas las acusaciones de Christian, las llaman «mentiras».
Dicen que él nunca trabajó después de la escuela, que tal vez durante las vacaciones limpió los estables.
Insisten en que nunca fueron violentos con Christian o su hermano.
Ante la mención del simulacro de castración, el granjero grita «¡Ja, castrar!». Y luego dice: «¿Qué más? ¡Qué recuerdos que tiene!».
Se niegan a ver a Christian.
«De algún modo me entristece mucho, mucho», dice él, «porque estaba aquí, él tenía la oportunidad de hablarme… yo me había preparado para hablar con él y me habría gustado confrontarlo con estas preguntas en persona y ver si también me habría dicho que eran mentiras».
Como todo sucedió hace tanto tiempo, ya no es posible presentar cargos contra el granjero, aunque las autoridades así lo quisieran.
Cicatrices
Hoy Christian tiene 42 años y es un artista, algo que no es una casualidad.
«A mi hermano y a mí nunca nos instaron a poner en palabras nuestros sentimientos, a describirlos, y por supuesto a expresarlos sin miedo», dice.
«De algún modo sentí que con el arte aprendí a hablar de mis pensamientos, de las imágenes que hay dentro de mí y también de las impresiones e imágenes de fuera, así que este camino fue muy importante para mí».
La relación con su madre se resintió.
«Esos hechos destruyeron completamente a mi familia», dice Christian.
Su madre está de acuerdo: «Yo diría que nos distanciamos, realmente no tenemos mucho en común».
«Es muy difícil», dice ella, «aún hoy».
Christian dice que las experiencias de su niñez le dejaron grandes cicatrices.
«Uno entiende que es diferente, pero uno no quiere ser diferente, de algún modo uno quiere ser normal, uno quiere hacer como si esto no hubiera pasado».