Montaje: Maleza

Si eldiscurso y la práctica psicoanalíticos le permitían a Nuni Sarmiento, en Novela rosa (Caracas: Fundarte, 2012), la estrategia de alteración de la relación entre el personaje y el acontecimiento, en contextos de aparente cotidiana banalidad realista, pero profundamente desconcertantes, para derivar en una serie de episodios delirantes, deprimentes, en la que el humor negro revela a los personajes la extrañeza, la rareza, de su situación en el mundo de lo real, y su propensión al desplazamiento de los límites del sistema, impidiéndoles escapar del carácter monstruoso que los configura como seres, en denodada e infructuosa lucha con la incertidumbre, y develar, como en los cuentos y novelas de Kafka, lo real convertido en pesadilla horrible y festiva al mismo tiempo; en Maleza (Caracas: Editorial Memorias de Altagracia, 2004), la narradora, ensayista y crítica literaria María Celina Núñez, convertiría el acto de escribir en una especie de “escucha” psicoanalítica (Yo la escuchaba a ella, que en cada conversación me iba mostrando un mundo desconocido. Alguna vez me pasó por la cabeza la posibilidad de que estuviera mintiendo, pero la deseché de inmediato porque la verdad carece de importancia. Sólo tiene un mundo quien lo construye en su mente, sea cierto o falso. Quien lo construye, no importa que haya vivido verdades, no tiene más interioridad que una cucaracha. Hablo de una cucaracha común, no de una de esas que se inmortaliza al ser tragada por una mujer en estado de desesperación”. “Yo escucho y eso es todo”, de “Ni gota de sofisticación”), para registrar en la escritura (Yo tenía un cuaderno rojo de fabricación china comprado en Londres. Allí anotaba el paso de los días, los ritos de la amargura. Era el templo de mis ceremonias una vez que descubrí que el amor al amor no llama”, de “Cuaderno rojo de fabricación china comprado en Londres”. “Ya se agotaron las páginas del cuaderno de fabricación china comprado en Londres y no volveré a la metáfora del reptil refugiado entre sus páginas. Esta noche escribo en un cuaderno viejo comprado en Caracas mientras veo la noche desde un apartamento prestado”. “Yo soy la mujer que escribió el cuento de la página anterior [se refiere a “Ni gota de sofisticación”, el en el orden de Maleza]. Ahora escribo en un cuaderno cualquiera y no tengo ganas de contar nada. No diré si siento o no siento amor. Sólo diré que estoy sola, que olvidé cómo llevar un diario, que no tengo casa y que no existe en el mundo un solo hombre que quiera pertenecerme”, de “Una mujer feliz”), por medio de treinta y cinco cuentos breves, la enfermedad mental (“Hoy me disminuyes. Usas lo que escribo para lastimarme, pues también estoy en carne viva. Es la enfermedad que nos une. Mientras seamos capaces de hacernos sangrar, no nos separaremos. Y cuando nos volvamos inmunes a nuestra propia violencia, haremos las maletas dándonos la espalda y esta casa quedará vacía”, de “Un hilillo de sangre en las encías”. “Recógete, que está desperdigada. Tanto llanto. Pantalones y blusas por todas partes. El piso con montañitas de libros que abres y luego dejas que se cierren solos, sin darte cuenta. Ya me contaron lo que te pasó niña. No acabas de acostumbrarte a los acontecimientos más elementales: quieres ver en todo una situación solapada y después te quejas del sufrimiento. ¿Cuál fue el motivo de hoy? ¿La angustia? ¿La soledad? ¿La violencia gratuita, la incomprensión de los otros? Lo que sea”. “Es ya una rutina esa hilera de nudillos heridos, esas manos aferradas en un puño cuando caes dopada después de abusar un poco de tus dosis diarias de pastillitas”. “Te estás recuperando y estarás en pie antes de que se suavicen las cicatrices. Esa es la verdadera enfermedad que te corroe: el impulso que te lleva a levantarte cuando quisieras permanecer exánime como un bulto; el cuidado de no tomar nunca una cantidad peligrosa de sedantes; el cigarrillo que se desvía cuando has querido castigarte con el fuego”. De “Cool”. “Pero hoy llegaste antes de tiempo y desde que oí el sonido de tus llaves acurrucada en mi escondite no supe qué hacer. ¿Cómo salir sin que me vieras y correr a la ducha para quitarme este olor? Sin encontrar solución, perdí la cabeza y aplasté el cigarrillo contra mi muñeca. No sé si sentí más dolor que miedo, pero como pude, salí a recibirte”).

La escritura, como diría Miguel Morey que hizo Foucault con la locura, le permitiría a Núñez, convertir la materia de la enfermedad mental, la locura, en una opción de lenguaje. “En medio del mundo sereno de la enfermedad mental, el hombre moderno ya no comunica con el loco” señala Morey, para evidenciar que “un diálogo de siglo se ha roto de golpe con la psicologización y la medicación de la locura” y hacer evidente, a la vez, “que el Quijote está loco, pero no es un enfermo mental”; que “la locura de Erasmo de Rotterdam hace en el elogio no es en absoluto ningún tipo de disfunción psicológica sino un intercambio feroz frente a la estrecha razón utilitaria”; que la excepción, quizá, de Freud (y el psicoanálisis) “vuelve a dar la palabra al loco, hace de la locura un problema de lenguaje, pero esta liberación, en alguna medida, es sólo aparente, porque al mismo tiempo condena las palabras de loco al emitir un solo mensaje, que dice: «Estoy loco», y basta”. Son palabras [parole(s)] que solo pronuncian en su enunciado la lengua [langue] en la enuncian, y nada más…, nos dice Foucault. Y es aquí precisamente, en el vértigo de esta dinámica autorreferencial, donde tiene que buscarse la proximidad entre locura y literatura: la proximidad entre aquellos que, de mil formas diferentes, sólo dicen, en definitiva, estoy loco, y los que, en el interior de todo lo que escriben, no hacen otra cosa sino repetir, con una infinidad de variantes, una sola palabra.: hablo, simplemente…”. A estos últimos, como Sylvia Plath (“Amenazan / Con hacerme acceder a un cielo / sin astros y sin padre, un aura negra”, epígrafe principal de Maleza”. “Yo no soy Sylvia Plath. Por eso copio sus versos tomándome libertades que la enfurecerían. No es una disculpa, pero si violento sus palabras es porque sé que de otro modo no entendería nada”, de “Vejación de un poema de Slyvia Plath”), o Djuna Barnes (“Djuna Barnes no se moría nunca. Cercada por la terquedad de la vida [no de su vida] hasta desarrolló un cáncer pero no pasaba nada. Parecía verdad aquella jugarreta de juventud afirmar que las pelirrojas [su cabello era rojizo] debían encerrarse hasta morir”, de “Djuna”), pertenecería Núñez, a aquellos escritores, a los que, como dice Foucault, encuentran “su doble en el loco o en un fantasma. Detrás de todo escritor se acurruca la sombra de un loco que lo sostiene, lo domina y lo oculta. Se podría decir que, en el momento en que el escritor escribe, lo que cuenta, lo que produce con el acto mismo de escribir, no es sin duda otra cosa que la locura. Este riesgo que un sujeto que Scribe sea arrebatado por la locura, de que ese doble que es el loco gane peso, es precisamente esto, a mi entender, lo característico del acto de escribir. Entonces es cuando encontramos el tema de la capacidad de subversión de la escritura. Pienso que se puede vincular el carácter intransitivo de la escritura, del que habla Barthes, con esta función de transgresión”.

Núñez mediante una estrategia enunciativa en la que los desplazamientos de las primeras, segundas y terceras personas derivarían en un juego de personajes representativos de la figuras poseídas por el acto de escribir (narrar) la locura; y en la que la autoficción (“Cuando ya está a punto de anochecer, afuera se ve a un mendigo pidiendo dinero. Adentro se ve a María Celina con un montón de colilla a sus pies”, de “En la mesa del fondo”) acentuaría el parentesco de la locura y los procedimientos la escritura, para que, posiblemente, como diría también Foucault, “hayamos podido reconocer un parentesco tan extraño entre lo que, durante largo tiempo, fue tenido como grito, y lo que durante largo tiempo, fue esperado como canto”. Como le pasaría a Nuni Sarmiento, Núñez no podría escapar de la escritura (“Penélope no puede destejer lo que no ha tejido”, de “Sitiada”. “Al principio se preguntaba «¿Cómo pudo suceder algo así?». Después prisionera aún de la maleza, se hizo el silencio”, de “Maleza”). Ese silencio de la escritura, ese escondite esencial, sería, quizá, el lugar ofuscado, obsesionado, donde María Celina Núñez, encontraría la posibilidad de Maleza y de la locura y de su mutua exclusión.