El petróleo no es lo único que contamina en la Amazonía de Ecuador

Miles de barriles de crudo vertidos contaminaron el potrero y el estero donde el ganado de ‘Doña Lorena’ se alimenta y bebe agua en el Oriente norte de Ecuador. Sin embargo, la mujer se opone a la remediación inmediata porque no quiere que desaparezcan las pruebas del daño para pedir una compensación.

Su postura se explica por sus anteriores experiencias con las empresas petroleras que años atrás debían construir una pasarela para que el ganado cruce sobre una tubería que atraviesa el potrero, pero la promesa nunca fue cumplida.

La historia se relata en el libro Nuestro vivir en la Amazonía ecuatoriana: entre la finca y el petróleo, que incluye un estudio realizado entre 2014 y 2018 en las provincias de Sucumbíos, Orellana y Morona Santiago.

Más de cincuenta especialistas y científicos ecuatorianos y franceses son los autores del texto que contó con el apoyo del Instituto de Investigación para el Desarrollo de Francia (IRD), las universidades San Francisco de Quito, Andina Simón Bolívar y la Escuela Politécnica Nacional.

El libro expone los resultados del programa Monoil (Monitoreo ambiental, salud, sociedad y petróleo en Ecuador) financiado por la Agencia Nacional de Investigación de Francia.

El estudio se enfocó en las parroquias Dayuma (Orellana) y Pacayacu (Sucumbíos) debido a su alta densidad de infraestructura petrolera, la presencia de pasivos ambientales y por su proximidad con las áreas protegidas.

Los vestigios de la contaminación petrolera todavía son visibles en el Oriente, pero se determina que esta es focalizada. Foto: Cortesía Sabine Desprats Bologna.

Y se escogió una zona específica de la provincia de Morona Santiago que está libre de fuentes hidrocarburíferas y metales pesados para realizar comparaciones con las muestras, principalmente, de suelo, aire y agua tomadas.

Casi cincuenta años de explotación petrolera derivaron en la llamada “cultura del riesgo”, indica la publicación.

Este comportamiento se caracteriza por la coexistencia entre el rechazo a las petroleras y la voluntad de reclamar empleos o dádivas.

Sylvia Becerra, quien junto a Laurence Maurice fueron las coordinadoras de la investigación, explica que la hipótesis inicial era que los colonos que llegaron a la Amazonía de otros territorios que no estaban afectados por la explotación petrolera tendrían una postura muy radical en contra de la contaminación, pero aquello no se demostró.

La propia normativa ambiental ha creado comportamientos que inducen a sacar indemnizaciones ante cualquier situación de contaminación. ¿Pero por qué la gente hace eso? La gente no tiene recursos económicos para comprar libros para los niños que van a la escuela, ropa, comida”, señala.

Si bien las actividades petroleras en la Amazonía han causado daños terribles, también hay deforestación y contaminación por aguas servidas”.

Laurence Maurice, especialista.

Como antecedente está lo que la política pública estatal no hace, como por ejemplo, dice Becerra, la falta de oportunidades a los pobladores en el campo agrícola. “¿Qué le queda a la gente que no sean los empleos petroleros? La cultura del riesgo es más una de emergencia porque la situación social y económica les conduce ha intentar sacar oportunidades en cualquier situación, incluso cuando son víctimas de la contaminación petrolera”.

En Sucumbíos y Orellana hay 117 mecheros que queman entre 1 y 3 millones de metros cúbicos de gas al día. Foto: Cortesía Sabine Desprats Bologna.

La deforestación, la migración acelerada, las prácticas agrícolas y domésticas y la falta de sistemas de tratamiento de aguas servidas también impactan al ambiente y la salud de las personas en el Oriente.

Sobre la calidad del agua, el estudio detectó que las poblaciones locales utilizan al menos cuatro fuentes: lluvia, pozos subterráneos artesanales, ríos cercanos y agua de redes de distribución local. En total 160 muestras de agua y 90 de sedimentos se analizaron.

La preocupación de los científicos era que en las aguas superficiales y subterráneas de las zonas con actividades petroleras haya altas concentraciones de metales e hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP), que se hallan en el petróleo, dice Valeria Ochoa, una de las autoras del estudio.

Los resultados evidenciaron niveles de contaminación de estas aguas por los componentes antes mencionados, pero muy focalizados y en pequeños tramos como al pie de las plataformas petrolíferas con derrame o de las piscinas no remediadas.

Estos puntos no afectarían la calidad de los ríos a nivel de la cuenca hidrográfica, ni las aguas de consumo que provengan de la lluvia o de pozos menores a diez metros, indica la especialista.

En cambio, se registraron elevados contenidos de sodio, cloruros y HAP en las aguas de pozos de más de diez metros de profundidad, en particular en los sectores de Pacayacu y La Joya de los Sachas, lo que evidencia una mezcla de aguas subterráneas naturales con vertidos de aguas de formación (que tienen alto contenido de sales e hidrocarburos).

Además, en los análisis realizados a las aguas lluvias que consumen los pobladores se encontraron niveles de minerales diez veces menores a los valores mínimos recomendados por la Organización Mundial de la Salud y en varios puntos con cantidades altas de zinc debido a la lixiviación de los techos.

“Los pobladores asumen que los ríos que tienen cerca (…) están contaminados por el petróleo y deciden no tomar esa agua y prefieren el agua de lluvia, pero esta es perjudicial para su salud”, señala Maurice.

En tanques se almacena el agua de lluvia en la Amazonía, lo que aumenta el riesgo de contaminación por microorganismos. Foto: Cortesía Sabine Desprats Bologna.

Los análisis de coliformes totales y fecales realizados en aguas superficiales cercanas a las casas revelaron una contaminación microbiológica debido a la falta de tratamiento de aguas residuales, en especial, de las zonas rurales, dice la publicación. “La falta de servicios de aguas servidas depende de la gestión pública del territorio”, recalca Becerra.

La contaminación del agua por hidrocarburos o heces fecales no solo afecta a los humanos, sino que también impacta a las especies acuáticas, dice Andrea Encalada, otra de las autoras.

No solo el petróleo contamina, la responsabilidad es compartida. El Estado debe hacer cumplir el derecho de las poblaciones de vivir en un lugar sano”.

Sylvia Becerra, socióloga.

La experta señala que en la cuenca del río Napo, que abastece de agua a Quito, detectaron amenazas a los ecosistemas acuáticos por la construcción de vías de acceso, hidroeléctricas, más derrames derivados de la explotación petrolera.

Otro de los problemas que se observaron en Monoil son ciertas prácticas de indígenas y colonos. “Las personas usan combustible para limpiar sus casas, que son de madera, para evitar insectos como hormigas, pero (el combustible) termina filtrándose, en el suelo y en el aire”, afirma Maurice.

Desde el punto vista sociológico, Becerra contextualiza que en la región no hay un seguimiento de las políticas públicas ejecutadas. “No se discute que los recursos económicos de los colonos no les permite tener casas más robustas (que no sean de madera), sin hablar de las prácticas de los representantes de la administración estatal que ofrecen sacos enteros de agroquímicos a los finqueros”.

Son líquidos contaminantes que se usan ante la reducida capacidad agrícola de los suelos amazónicos y se filtran en la tierra llegando, en ciertas zonas, a fuentes de agua internas. En la región creció la producción de aceite de palma, cuyos cultivos cubren actualmente más del 4% y 8% de la superficie de Orellana y Sucumbíos, respectivamente, refiere el libro. (I)