Instrucciones para amarse en domingo

Los domingos sirven para eso: lastimarse un poco y extrañar.

Descansa del celular: has pasado el tiempo debido y el que no. Mírate en el punto fijo y vacío que prefieras de tu cuarto y nota que ya no tienes diecinueve —que tienes veinte o veintiuno— ni frescura en las ojeras.

Piensa: me desperdicio, (me) estoy fallando.

Recuerda, con todas las intenciones de saberte víctima, que alguna vez les creíste cuando dijeron que eras el niño de la suerte y que tu futuro tendría un pronóstico estable sino es que maravilloso; quizá lo oyes aún salir de los labios de quienes no te conocen tanto. No tanto como tú, que no tienes idea de quién eres.

Deja expandir las olas de la insatisfacción, deja que la ansiedad te colonice.

Piensa, de nuevo, en una introspección forzada: qué será de mí. Siéntete una pincelada escasa, un texto plano, una foto fea, un diseño desdibujado, un entusiasmo vago.

Busca la voz de tu madre. Pregúntate: qué admira de ti, qué ve cuando cruzas su puerta, siente vergüenza frente a las posibilidades. Gotea un poco. Déjalo entrar, dales cobijo a esos sentimientos.

Di que lo lograrás, que serás capaz, que no los ignoras ni te ignoras cuando dos manos extrañas pretenden sacarte del agujero para llamarte luz, agujero que cavaste tú mismo.

Detén el goteo, sacúdete los ojos subrayados de agua salada. Escribe un tuit. Espera los cumplidos.