Pruebas de virginidad: inservibles y denigrantes

La luz blanca del consultorio chocaba contra sus pupilas. La ginecóloga le hablaba, pero ella no escuchaba. Sus dientes castañeaban. No sabía si su cuerpo tiritaba por el frío que sentía al estar dentro de la fina tela de la bata o eran los nervios que la consumían. Tenía 15 años, había recibido por primera vez un beso en los labios, pero eso bastó para que sus padres decidieran comprobar si aún era virgen.