‘Madrugadito’ a camellar en el mercado
Ya en el interior del mercado hay más bullicio. Las mujeres, en su mayoría, son quienes inspeccionan que los productos sean manipulados con cuidado. “Ahí entran más guangos de cebolla”, dice Martha Terán a sus ayudantes, mientras acomoda los atados de apio sobre una gran mesa de madera.
Martha es comerciante y sus productos le llegan de la Sierra norte desde hace 37 años. “Me dedico a esto desde los ocho años. Aquí tenemos que sacrificarnos mucho”, cuenta, mientras imparte algunas otras instrucciones. Ella es perfeccionista en su trabajo y tiene un nombre que cuidar en el mercado de San Roque.
“Vengo del mercado viejo de San Roque, donde ahora es San Francisco”, comenta. Ella se muestra orgullosa de que sus cuatro hijos han podido educarse gracias a este oficio. “Todos son profesionales, uno es ingeniero y parapentista”, relata.
Al principio ella se dedicaba solo a la venta de habas, pero debido a la competencia tuvo que diversificar las verduras y legumbres que expende. “San Roque se caracteriza por ser mayorista, los otros mercados se abastecen de aquí”, cuenta.
Cerca de allí está Carmelina Quishpe, ella vende choclos desde hace 30 años. Ya no se mueve mucho, pues el frío de las madrugadas quiteñas le han pasado factura a sus rodillas.
“Cuando no esté, mi hija se hará cargo. A ella le gusta trabajar aquí, a pesar de que es enfermera”, manifiesta.
Junto a los bultos de choclos está un pequeño cubículo de madera, esa es la sala de descanso, equipada con cobijas y chales de lana para combatir el intenso frío.
Sin embargo, la venta también ha variado en los últimos años. Según Carmelina, la presencia de los supermercados ha hecho decaer la tradición de ir de compras en las ferias libres y mercados. “Hay veces que se dañan costales de choclos y tenemos que botar o regalar”, expresa la señora que cuida su puesto envuelta en cobijas.
Junto a ella, otra mujer no levanta la cabeza y se concentra en desgranar el maíz y las habas. Las desgranadoras también van muy temprano para continuar con la cadena de producción del centro de abastos.
Prefiere el silencio, solo sus manos se mueven tan rápidamente que no se alcanza a contabilizar cuántas mazorcas por minuto puede desgranar.
Llega el pescado fresco y las frutas de la Costa