Los huéspedes del Machángara
Él surca aquellos caminos con experiencia, y a su paso, se topa con otros inquilinos de la quebrada. Allí, la tierra ha formado pequeñas escalinatas para recibir los pasos tambaleantes de los forasteros, que cada tantos metros han levantado sus cambuches(refugios).
En dirección opuesta a la gruta en la que vive Luis existe una pequeña bóveda de cemento, construida para soporte de una vía cercana. Ahí vivía una pareja, de no menos de 60 años. Sin embargo, un día no se los volvió a ver por aquellos rumbos.
Las paredes cubiertas de hollín son evidencia de la candela con la que tantas veces han intentado desterrar a los ocupantes.
Pero siempre, alguien nuevo, logra abrirse paso entre los matorrales y se adueña de la estructura por un tiempo.
Esta vez es el turno de Galo, un joven de Babahoyo, a quien las drogas también lo enmarañaron. No quiere visitantes, detrás del delgado telón que cubre su lecho. Lleva poco tiempo en el lugar, apenas el suficiente para improvisar una puerta al final del corredor.
Dice que tiene familia por el sector de Monjas, pero el vicio lo aleja de su hogar. Sabe que su estado de salud es delicado y quiere dejar “la mala vida”.
Sin prisa sale de su madriguera, cuyas paredes llenas de arañazos le dan un ambiente de película de terror.
La inspección
Aferrados a los árboles aparecen los cambuches en el bordillo de esa pendiente. Son una especie de casitas, construidas con lonas de colores y otros elementosreciclados para cubrir a sus ocupantes de las inclemencias del tiempo.
En la malla de alambre, que rodea la hondonada, hay entradas diminutas para ellos. Algunas están marcadas por pedazos de tela, invisibles para quienes ni siquiera suponen la existencia de los inquilinos.
PaúlTúquerres, guía la campaña, conoce bien esos inhóspitos parajes y saluda a los desamparados con una jerga amistosa. Lleva 17 años trabajando con personas en situación de calle y le conmueve su estado.
El joven se abre paso por los chaquiñanes y, sin miedo, irrumpe en las improvisadas viviendas. Detrás del primer plástico duerme Orlando.
Estaba varios días con una fuerte tos y fue atendido por un equipo médico. “¿Cómo estás, ya te sientes mejor?”, cuestiona el muchacho seguro.
Un poco confundido, Orlando sale del letargo y confirma que se siente mejor. Su amigo Néstor lo acompaña en el pequeño espacio. Allí, entre una montaña de prendas y solitarios zapatos impares, ambos pasan la noche.
Alrededor de aquella covacha, de poco más de un metro cuadrado, un reguero de artículos, evidencian su estancia: ropa, cubiertos, carteras, ollas, analgésicos, latas de cemento de contacto marcan su recorrido.