Los seis refuerzos extranjeros

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Andrés Luna Montalvo

El Barcelona de Guayaquil disputó el pasado miércoles 29 de enero su partido de Copa Libertadores de América contra el modesto Progreso de Uruguay. Un hecho que no pasó inadvertido fue que el equipo ecuatoriano, que ahora lo dirige el argentino Fabián Bustos, ingresó al campo de juego con siete futbolistas no nacidos en territorio nacional: Javier Burrai (ARG), Bruno Piñatares (URG), William Riveros (PAR), Gabriel Marques (BRA), Damián Díaz (ARG), Leandro Martínez (ARG) y Jonathan Álvez (URG). El hecho, poco frecuente en Ecuador, pero absolutamente repetido en el mundo, solo es otra prueba de la universalidad del deporte y la abolición de las fronteras en la alta competencia.

Los Mundiales de Fútbol han revelado cómo selecciones de la talla de Francia, Alemania o Polonia, se conforman con atletas oriundos de distintas regiones del mundo, cuyo único rasgo de parentesco es la cédula de ciudadanía. En este contexto, llama la atención el enojo que ha provocado en algún sector importante de la sociedad ecuatoriana, que la Liga Pro haya aprobado la participación de hasta seis extranjeros como refuerzos de cada club.

La decisión, por demás comprensible y conveniente, tiene que ver con sincerar los montos económicos que perciben los deportistas, pues al momento de poder contratar a otro foráneo, un club no se verá obligado a triplicar el valor que se pagaría por un futbolista local, en el famoso principio de la oferta y la demanda. Otro distintivo de esta decisión, es que existirán clubes que busquen un imán para sus aficionados en los refuerzos del exterior, cuando los deportistas locales no cumplan las expectativas del público.

Aunque también hay factores que podrían ser desfavorables en la aplicación de la medida, ha sido necesario aclarar que no es obligatoria, es decir, si un club decide no tener a ningún futbolista de otro país está en su derecho y no está forzado a hacerlo. Lo que sí fue obligatorio durante varias temporadas fue la desafortunada regla de incluir un jugador juvenil en el campo de juego, medida que no contribuyó comprobadamente en la evolución de nuestro deporte y motivó a mostrar episodios vergonzosos, como cuando el partido empezaba y al minuto de iniciado los técnicos “quemaban” su primer cambio para sacar algún juvenil, todavía inexperto para lidiar con un partido profesional.

Lo cierto es que en el campo deportivo y en la estructuración de las reglamentaciones, el hecho de obligar es casi tan peligroso como el de prohibir, más aún cuando se trata de anteponer argumentos nacionalistas o, peor aún, xenófobos.

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