Un estudio acaba de demostrar que el dinero da la felicidad Y cuanto más mejor
Que el refranero suela dar en el clavo y resulte una fuente aparentemente incombustible de consejos útiles para la vida no significa que sea infalible. Acaba de demostrarlo Matthew A. Killingsworth, un investigador de la Wharton School con un doctorado en Psicología por la Universidad Harvard que esta semana ha publicado un estudio peculiar, tanto por la forma como, sobre todo, por el fondo. En él Killingsworth afirma básicamente que, digan lo que digan los refranes o los defensores de la filosofía del desapego, el dinero sí puede comprar la felicidad. Si tienes alguna inquietud recuerda contactarnos a través de nuestras redes sociales, o regístrate y déjanos un comentario en esta página para poder ayudarte. También puedes participar en el WhatsApp Ecuador.
Es más, cuanto más dinero, mejor.
Un académico de la felicidad. Quizás no sea la materia de estudio más convencional, pero eso es a lo que se dedica Matt Killingsworth, investigador del Wharton School, en la Universidad de Pensilvania: escudriñar en la naturaleza y causas de la felicidad humana. Y su relación con el dinero, claro. A lo largo de los años Killingsworth ha publicado varios trabajos al respecto junto a otros científicos destacados, incluido el recientemente fallecido Daniel Kahneman, pero ahora ha sacado un nuevo artículo que aborda una perspectiva más amplia y curiosa.
Aunque el estudio en cuestión (Money and Happiness: Extended Evidence Against Satiation) no ha sido revisado por pares y lo ha autopublicado el propio Killingsworth, el trabajo está alcanzado un eco notable. Incluso ha llegado a las páginas de The Guardian, Bloomberg o Money. Y es comprensible. Al fin y al cabo deja dos conclusiones tan interesantes como provocadoras. Primero constata que hay una «asociación positiva» entre euros y felicidad. En segundo lugar, confirma que ese affair parece más dulce cuantos más billetes hay de por medio. Son felices quienes tienen dinero. Pero son más felices quienes tienen mucho dinero.
¿Cómo se estudia algo así? El trabajo de Killingsworth actualiza y completa otros ensayos que ya había desarrollado sobre el tema. Para su compleja labor se apoya en encuestas y estudios previos en los que se tiene en cuenta la renta de los participantes y su grado de «satisfacción» vital. Por ejemplo, una de sus fuentes es una muestra de 33.269 estadounidenses con unos ingresos familiares de al menos 10.000 dólares al año a los que se planteó una «Escala de satisfacción vital».
Su estudio abarca una franja interesante y a la que, reconoce el propio Killingsworth, no es fácil acceder para investigaciones como las que él desarrolla: las personas ricas. Para su análisis incluyó datos de gente con un patrimonio neto medio de entre tres y 7,9 millones de dólares, detalla The Guardian.
Cuestión de dinero. Que hay una relación clara entre dinero y felicidad no es nada nuevo. A lo largo de los años os hemos ido informando de diferentes estudios que, en ocasiones con matices, han constatado ese vínculo. El propio Killingsworth lo señalaba en un artículo de firmado con más científicos y en el que, entre otras ideas, afirmaba: «La felicidad aumenta de forma constante con los ingresos entre las personas felices, e incluso se acelera entre el grupo más feliz».
Ahora vuelve a señalar una «asociación positiva entre dinero y felicidad» que muestra que, cuando hablamos de niveles de satisfacción vital, hay diferencias claras entre las personas que tienen ingresos bajos, medios, altos y muy altos.
Una cuestión «amplia y compleja». «¿Son más felices las personas con más dinero? La literatura sobre esta cuestión es amplia y compleja, pero prácticamente todas las investigaciones coinciden en que tener más dinero está asociado con una mayor felicidad, al menos en cierta medida», explica Killingsworth en su artículo.
«En una investigación reciente que incluyó a un número considerable de participantes de ingresos altos, descubrí que la felicidad crece de forma constante en todo el rango de ingresos en una muestra amplia de EEUU. Desde los ingresos bajos hasta las personas que ganaban cientos de miles de dólares al año, había una asociación más o menos lineal entre ingresos más altos y una mayor felicidad».
¿Hay un umbral de riqueza y felicidad? Esa es la pregunta del millón, recuerda Killingsworth, la que plantea un desafío y que el académico ya había intentado responder en anteriores trabajos: asumiendo que existe una «asociación directa» entre riqueza y felicidad, ¿hay un nivel de ingresos o patrimonio a partir del que más dinero deje de traducirse en más felicidad? ¿Hay un umbral, una «meseta de felicidad», como se la ha denominado en ocasiones?
«¿Es posible que las personas que ganan 400.000 o 500.000 dólares al año, por ejemplo, hayan llegado a un punto más allá del cual más dinero ya no se asocia con mayor felicidad?», se cuestiona el autor. La pregunta es muy pertinente porque en el pasado Killingsworth ya había desmontado en gran medida la idea de que hay un umbral de ingresos a partir del que estabiliza al aumento de felicidad, un concepto que en 2010 llegó a fijarse en los 75.000 dólares anuales.
Ahora Killingsworth ha querido ir más allá y aclarar si incluso en las capas más opulentas de la sociedad hay diferencias: ¿Muestran mayores niveles de felicidad las personas muy ricas que las personas simplemente ricas? «Pese a la abundante literatura sobre dinero y felicidad, no conozco ningún estudio que compare a las personas que ganan algo así como 500.000 dólares anuales con las que ganan mucho más, lo que plantea un interrogante sobre el extremo superior de la distribución económica», admite en su último ensayo sobre la materia.
¿Y qué ha descubierto?
Que cuanto más dinero, mejor. No se trata ya solo de que una persona de buenos ingresos esté más satisfecha con la vida que otra con ingresos modestos; es que esa diferencia se aprecia también entre los millonarios y la gente de economías muy desahogadas. Así que no: tampoco entre la gente con más dinero en el banco se estabiliza la relación. «Los resultados sugieren que la asociación positiva entre el dinero y felicidad continúa en niveles superiores de la escala económica y que la magnitud de las diferencias puede ser sustancial».
No todo son reflexiones.
El estudio de Killingsworth deja también indicadores claros que ayudan a comprender el fenómeno, como recuerda Bloomberg. Al tener que calificar su satisfacción vital las personas más opulentas, con un patrimonio de millones o miles de millones, arrojaron un promedio de entre 5,5 y 6 sobre 7. La nota es sustancialmente más alta que el 4,6 que aportan quienes ganan unos 100.000 dólares anuales y está bastante por encima del cuatro y poco de las personas que perciben entre 15.000 y 30.000 dólares al año.
Bajando al detalle.
Esas «notas» no solo muestran diferencias de felicidad notables entre los grupos más ricos y modestos, sino que dejan una lectura aún más reveladora: la brecha de felicidad parece ensancharse entre los grupos más ricos y los que tienen unas ganancias media. «La diferencia en satisfacción con la vida entre los ricos y aquellos con ingresos de 70.000 a 80.000 dólares anuales era casi tres veces mayor que la diferencia entre el grupo de 70.000 a 80.000 dólares al año y el promedio de los grupos de ingresos más bajos”, explica Killingsworth.
«Los resultados muestran una gran tendencia al alza, en la que los individuos ricos son sustancialmente más felices que quienes ganan más de 500.000 dólares».
Importante sí, pero con matices.
Aunque las conclusiones de Killingsworth son claras, en algo sí tiene razón el refranero: el dinero no lo es todo. Quizás haya una relación clara entre los billetes y la satisfacción vital, pero el complicado cóctel de la felicidad tiene otros ingredientes importantes. Se lo confiesa el experto a The Guardian: «El dinero es solo una de las muchas cosas que influyen en la felicidad, y una pequeña diferencia en los ingresos suele estar asociada a diferencias bastante pequeñas en la felicidad; pero si las diferencias en ingresos y riqueza son grandes, las diferencias en la felicidad también puede serlo». ¿El motivo? La libertad.
«Una mayor sensación de control sobre la vida puede explicar cerca del 75% de la asociación entre el dinero y la felicidad. Por eso creo que una gran parte de lo que está sucediendo es que, cuando las personas tienen más dinero, tienen más control sobre sus vidas. Más libertad para vivir la vida que quieren vivir», anota el experto: «El dinero por sí solo es una pequeña parte de la ecuación de la felicidad. Parte de la razón por la que estudio la felicidad es para ampliar nuestros horizontes».