Unos 200 estudiantes kenianos se manifestaron este martes para pedir al gobierno que proteja a la población, traumatizada por la matanza de 148 personas a manos de los insurgentes islamistas shebab.
Los estudiantes, con carteles que decían «147 no es sólo un número» y coreando la consigna «Usted no está seguro», marchaban por la principal avenida de Nairobi.
La cifra 147 alude al número de víctimas de la matanza de Garissa, aunque ahora el balance de muertos es de 148, de los cuales 142 fueron estudiantes.
«El gobierno no hace nada» contra la inseguridad, dijo a la AFP Maureen Mucheri, 21 años, una estudiante de ingeniería, que dejó de ir a los centros comerciales y a la iglesia debido a la falta de protección.
«Estamos de luto por la pérdida de nuestros camaradas», agregó Mucheri, al recordar la matanza en el campus universitario de Garissa la semana pasada.
Al anocher, al terminar el tercer y último día de duelo decretado por el gobierno, está prevista una gran velada en el centro de Nairobi.
Mientras tanto, la aviación keniana bombardeó el lunes y destruyó dos bases de los rebeldes shebab en el sur de Somalia.
«Bombardeamos dos bases shebab en la región de Gedo», dijo a la AFP el portavoz del ejército David Obonyo sin dar ningún balance de víctimas en esta región, fronteriza con Kenia.
«Dos objetivos fueron alcanzados y extraídos, los dos campamentos fueron destruidos», afirmó.
Obonyo precisó que estos dos objetivos ya estaban en el punto de mira del ejército keniano antes de la matanza del jueves pasado.
Bombardeo de objetivos islamistas
El ejército keniano ha bombardeado en varias ocasiones objetivos islamistas en Somalia.
A finales de octubre del 2013 destruyó un campamento de entrenamiento de los islamistas, a unos 300 km de Mogadiscio, asegurando que el comando que atacó el centro comercial Westgate de Nairobi en el que murieron 67 personas un mes antes, se había entrenado en el mismo.
La matanza de la universidad es la más grave en Kenia desde el ataque en 1998 contra la embajada estadounidense en Nairobi, perpetrada por Al Qaeda, en el que murieron 213 personas.
En la universidad, las aulas están vacías, pero todavía son visibles los regueros de sangre seca que hacen pensar en la lenta agonía de los estudiantes heridos.
En la alambrada que rodea el campus todavía se aprecian restos de carne, cabellos y jirones de ropa.
El presidente keniano, Uhuru Kenyatta, ha prometido «una respuesta lo más severa posible» a esta «matanza medieval bárbara».
Las autoridades kenianas ofrecen una recompensa de unos 200.000 euros por la captura del supuesto cerebro del ataque, Mohamed Mohamud, alias ‘Kuno’, un antiguo profesor de una escuela coránica de Garissa, que hace años se integró en las filas de los islamistas somalíes.
Hasta ahora cinco personas han sido detenidas por su implicación en el ataque de Garissa, dos en la universidad y otras tres que presuntamente «coordinaron» la matanza y estaban huyendo hacia Somalia.
El ejército keniano entró en octubre del 2011 en Somalia para combatir a los shebab, que desde entonces han multiplicado los ataques en Kenia. Más tarde se incorporó a la fuerza de la Unión Africana que lucha contra los islamistas.
Antes de la matanza de Garissa, los shebab habían reivindicado sobre todo el ataque de Westgate, los atentados en la región costera de Lamu en junio de 2014 y las ejecuciones a sangre fría de 28 pasajeros de un autobús, y de 36 trabajadores, a finales de 2014 en Mandera, en el extremo noreste del Kenia.
Más de 400 personas han perdido la vida en Kenia desde mediados de 2013 en los ataques reivindicados por los shebab, afines a Al Qaeda, o que se les han atribuido.
El sábado amenazaron con una «larga y horrible guerra» y de un «nuevo baño de sangre» a menos que Kenia retire sus tropas en Somalia.
Los shebab fueron expulsados en agosto del 2011 de Mogadiscio y después del conjunto de sus feudos del sur y del centro de Somalia.
Pero siguen controlando amplias zonas rurales y multiplican los atentados en particular en Mogadiscio.
Los shebab han elegido Kenia, país fronterizo, socavado por la corrupción, donde una minoría musulmana joven y marginada constituye el caldo de cultivo del islamismo radical, para realizar ataques espectaculares, destinados a demostrar su osadía, estiman los observadores. (I)
El papa Francisco exigió el domingo con motivo de la Pascua que cesen las tragedias y persecuciones en África y Medio Oriente, en un clima de violencia en nombre de la religión ensombrecido aún más por la matanza de cristianos en Kenia.
«Que todas las personas de buena voluntad eleven una oración incesante por aquellos que perdieron su vida, y pienso muy especialmente en los jóvenes asesinados el pasado jueves en la Universidad de Garissa, en Kenia», dijo Francisco desde el balcón de la basílica de San Pedro antes de impartir su tradicional bendición «Urbi et Orbi».
Jorge Bergoglio, de 78 años, con el semblante pálido y severo, ofició bajo una fuerte lluvia esta misa solemne en la explanada de la basílica de San Pedro.
«Quien lleva en sí la fuerza de Dios, su amor y su justicia, no necesita usar la violencia» amonestó, refiriéndose a los grupos religiosos que recurren a la guerra, pero sin mencionar a los movimientos yihadistas.
Como cada año, se instalaron grandes instalaciones de flores frescas de colores vivos, llegadas de Holanda, que aligeraban el ambiente. A la izquierda del altar, se expuso un gran icono de Cristo.
La multitud se apiñó bajo un mar de paraguas multicolores entre la columnata de Bernini.
Esta tercera Pascua que celebra Francisco desde su elección en marzo de 2013 está ensombrecida por la masacre de los yihadistas somalíes shebab contra estudiantes, en su mayoría cristianos, de la universidad Garissa de Kenia, que el jueves dejó 148 muertos.
El papa argentino también exhortó a la comunidad internacional a que «no permanezca inerte ante la inmensa tragedia humanitaria» en Siria e Irak y «el drama de tantos refugiados». Que «cese el fragor de las armas y se restablezca una buena convivencia entre los diferentes grupos que conforman estos amados países».
Aunque no se refirió a las persecuciones de los yihadistas contra los cristianos, el papa pidió a Jesús «que alivie el sufrimiento de tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre».
También llamó a acabar «con el absurdo derramamiento de sangre» en Libia y pidió que en Yemen «prevalezca una voluntad común de pacificación, por el bien de toda la población».
Tras enumerar tales tragedias, el papa sólo destacó un motivo de «esperanza» al referirse al acuerdo marco concluido el 2 de abril en Lausana entre Irán y las grandes potencias sobre el programa nuclear. Deseó que sea «un paso definitivo hacia un mundo más seguro y fraterno».
Francisco no citó a su continente, América Latina, pero sí pidió «paz y libertad para las víctimas de los traficantes de droga» y destacó que «a menudo están vinculados a los poderes».
De la misma manera –prosiguió– el mundo debe librarse de los «traficantes de armas que se enriquecen con la sangre de hombres y mujeres». Asimismo criticó las «nuevas y antiguas formas de esclavitud».
Para el papa argentino, la Semana Santa es un momento intenso y agotador: celebró dos misas el jueves, presidió el viernes el ritual de la Pasión en la basílica de San Pedro y el Via Crucis en el Coliseo. El sábado, celebró la Vigilia Pascual, durante dos horas y media.
Durante esta vigilia, había invitado a los católicos a aprender «de las mujeres discípulas» de Jesús el conocimiento del misterio de la fe.
El papa también explicó que el misterio de Pascua «no era un hecho intelectual» sino accesible gracias a una actitud de humildad: «Para entrar en este misterio, es necesaria la humildad de inclinarse, de descender del pedestal de nuestro yo tan orgulloso, de nuestra presunción: la humildad de redimensionarse», dijo.
También dijo que para comprender ese misterio se requiere «no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismo, no huir ante lo que no comprendemos, no cerrar los ojos ante los problemas, no negarlos, no eliminar los puntos de interrogación». (I)
El Papa presidió en el Vaticano la misa de Pascua, que marca para los católicos la resurrección de Jesús.