Sueños profundos como el mar de Playita Mía
Sueños profundos como el mar de Playita Mía. Dos personas en situación de movilidad que se han quedado en Manta, cuentan cómo varios programas de la ONU los han ayudado a reempezar su vida. Si tienes alguna inquietud recuerda contactarnos a través de nuestras redes sociales, o regístrate y déjanos un comentario en esta página. También puedes participar en el WhatsApp. Si usas Telegram ingresa al siguiente enlace.
En Playita Mía, Manta, al pie del infinito Pacífico ecuatoriano, el atardecer enciende una intensa llama naranja en el cielo. El sol alumbra a la familia de Reinaldo*, un venezolano de 33 años que hace tan solo dos meses llegó a Ecuador.
“A veces vengo al mar a hablar con él, a pedirle a Dios que no nos abandone”, dice mirando hacia la inmensidad. En su ojos hay dudas —quizá miedo— pero también la certeza de proteger a los suyos: a su pareja y a sus tres hijos. Hoy, juntos, son un ejemplo del resurgir de las personas en situación de movilidad humana gracias a su resistencia y tenacidad, pero también al empuje que les da una coordinada asistencia humanitaria desde su llegada al Ecuador.
Siguiendo la iniciativa global de la Declaración Conjunta de Asistencia en Efectivo de las Naciones Unidas, conocida como UNCCS por sus siglas en inglés, en Ecuador, desde 2021, ACNUR, UNICEF y WFP trabajan en conjunto para brindar una asistencia integral y eficiente a las familias de refugiados y migrantes más vulnerables en el país.
“Lo más fuerte de salir de tu país es no saber hacia dónde ir”, dice Reinaldo. Su partida de su natal Venezuela se dio cuando tenía 28 años. El menor de sus hijos apenas tenía días de nacido. La idea en un inicio era salir por algunos meses del país para luego volver y reencontrarse con su familia, pero las cosas no salieron como planearon.
Su primer destino fue Colombia. Allí estuvo 6 meses trabajando en una fábrica. Luego decidió ir hacia Perú y ahí tuvo, por un buen tiempo, un proyecto de vida fructífero hasta que la situación económica se empezó a complicar.
Con la vocación de dar el futuro que siempre quiso a sus tres hijos , Reinaldo decidió ir a verlos a Venezuela y llevarlo con él a Perú. Esta vez, eran los cuatro frente a las adversidades que surgen al empezar de cero. Transcurrieron unos meses hasta que las condiciones se volvieron a complicar y tomaron la decisión de venir hacia Ecuador.
La nueva pareja de Reinaldo se unió a la familia y juntos emprendieron el viaje. “Tan pronto cruzamos la frontera nos dimos cuenta de que estábamos dando un paso importante”, dice Reinaldo, aún con incertidumbre de lo que les depara en Ecuador. Tener que irse de la forma en la que lo hacen muchas familias venezolanas implica largas horas de caminatas, pedir aventones en la calle, dormir en parques. Caminar y volver a caminar.
Reinaldo cuenta que, por fortuna, en el camino se toparon con gente que los ayudó: les dio algo de comer, un sitio donde dormir y el consejo de que fuesen a Manta pues el movimiento económico del puerto podría augurar mejores nuevos comienzos. Después de varios días de viaje llegaron hasta esa ciudad. Los retos apenas comenzaban.
Un apoyo clave para recomenzar
Los primeros días no tenían dónde dormir. Entonces, alguien les sugirió buscar ayuda en las oficinas de las organizaciones de la ONU. Acudieron a ellas y recibieron el apoyo para tener un hospedaje seguro.
Conforme pasaron los días, obtuvieron asistencia alimentaria y económica, para empezar. “Cuando mi hijo menor tiene hambre lo va a mencionar una vez y luego lo repetirá cada minuto, ¿sabes lo que eso significa?”, cuestiona Reinaldo, mientras revuelve unos huevos para darles el desayuno a sus hijos en el nuevo departamento que rentan desde hace un mes.
En Ecuador recibieron atención en salud y dotación de medicamentos. “Ecuador es un país que promueve los derechos de las personas en situación de movilidad humana”, menciona Giovanni Bassu, representante de ACNUR en Ecuador. Él explica que, en apoyo a las acciones del Estado, las agencias de Naciones Unidas brindan asistencia para cubrir necesidades básicas de las familias refugiadas y migrantes. El proceso inicia con una entrevista para conocer la situación de cada persona o familia. En general, la respuesta suele ser bastante rápida: horas o un par de días, dependiendo de cada caso.
ACNUR, junto a UNICEF y WFP operan a través de la Declaración Conjunta de Asistencia en Efectivo de las Naciones Unidas (UNCCS por sus siglas en inglés). Este procedimiento hace posible que las tres agencias coordinen sus acciones para brindar la asistencia que requieren las familias de acuerdo con los mandatos de cada organización. De esta manera, a través de una misma base de datos, las tres agencias tienen acceso a la información de las personas y el apoyo que requieren.
Por ejemplo, desde 2021, ACNUR ha apoyado a 60.000 personas. Bassu explica que esta ayuda humanitaria es una asistencia inmediata para mitigar las necesidades, pero que de ninguna manera es el fin último de la organización a la representa. “Para nosotros el trabajo siempre va en dirección de una solución duradera y esto tiene que ver con una integración o inclusión dentro del país”, concluye.
Nuevos impulsos
En la casa en la que vive Sugeydi todo el año será Navidad. En un lado de la fachada de la propiedad está pintado el nacimiento de Jesús. A sus 37 años, Sugeydi es madre de tres hijos. Cuenta que ha conseguido irse junto a dos de ellos en busca de una mejor vida. “Gracias a mi Dios, mis hijos y yo nunca hemos pasado hambre”, dice, mientras corta una piña que será parte del desayuno de los niños.
Sugeydi obtuvo un título superior en su natal Venezuela. Trabajó como jefa de cajeras en un supermercado, pero la situación se puso mal y tuvo que irse de su país.
Dice que tenía muchos miedos. A veces, en el camino, se cuestionaba si estaba haciendo lo correcto. Pero su hijo, de tan solo 13 años, le daba la seguridad que necesitaba y la impulsaba a seguir su camino. “Mi infancia fue mejor que la que recibieron mis hijos”, dice Sugeydi, con cierto temor de ahondar en tristezas.
Pero ahora, en Ecuador, sus hijos pueden comer bien, algo que no ocurría en Venezuela donde solucionaba el hambre con algunos granos, harinas y escasas proteínas. Cuando llegaron consiguieron un pequeño cuarto que arrendaron a cambio de un celular. En el primer mes, Sugeydi empezó a vender empanadas en la calle y dice que le fue bastante bien.
Con esto tuvo la oportunidad de enviar dinero a su mamá y a su hijo mayor que se quedaron en Venezuela. Luego, empezó a vender unas coloridas diademas de fomix que ella hace y oferta en distintos puntos de la ciudad. “Hay días buenos y malos así que de repente puedo caer y luego resurgir. Así es esto”, dice.
Un día, mientras Sugeydi caminaba por las calles de Manta se encontró con una venezolana que le dio los números de las agencias de la ONU que podrían atenderlos. La familia fue contactada, entrevistada y, con el tiempo, llegó la asistencia alimentaria y económica de las organizaciones.
“A través de la iniciativa UNCCS, las agencias han logrado liderar un proceso más digno, directo y eficiente para cubrir las necesidades básicas de alimentación, pago de arriendo, costos de educación y salud”, detalla Matteo Perrone, representante del Programa Mundial de Alimentos, WFP por sus siglas en inglés, en Ecuador.
El Programa Mundial de Alimentos, la agencia de ayuda humanitaria más grande del mundo, en coordinación con ACNUR y UNICEF diseñaron la ruta que permite identificar y asistir a las personas durante varios meses; complementando las asistencias de cada agencia, evitando duplicarlas y maximizando el impacto. El resultado es un impulso esperanzador en las más de 243.000 personas en situación de movilidad humana que WFP ha asistido en los últimos dos años.
Hace un par de semanas Sugeydi y sus niños se mudaron a una nueva casa compartida con otra familia. Ahí, dicen, están mucho mejor. El lugar está un poco más cerca de la escuelita a la que van los niños. “Todo sea por su futuro”, afirma Sugeydi. Algunas personas le han sugerido que ponga a trabajar a su hijo para ayudarse en los gastos, a lo que Sugeydi se ha negado por completo. “Quiero que mis hijos me vean trabajar duro y esforzarme para que aprendan de un buen ejemplo”, insiste.
La protección y los derechos de los niños y niñas, siempre una prioridad
El Programa de Protección Integral de UNICEF se enfoca en trabajar con las familias refugiadas y migrantes que están en situación de alta vulnerabilidad. Trabaja, también, con niñas, niños y adolescentes no acompañados o separados de sus familias.
Este programa también brinda una asistencia económica y bonos adicionales que se entregan una sola vez con el objetivo de garantizar el ingreso a la escuela o colegio de las personas. Otro bono es el de “Primera Infancia” que se entrega a las familias con niños y niñas menores de 5 años, para facilitar su cuidado, desarrollo integral y la educación inicial.
Luz Ángela Melo, representante de UNICEF en Ecuador, dice que para esta organización, lo más importante es que las familias reciban un acompañamiento integral, más allá de la asistencia económica.
Por ello, el Programa de Protección Integral de UNICEF ha llegado a más de 1.400 familias desde 2020, a través del acompañamiento de trabajadores sociales que se encargan de dar seguimiento a la situación de las familias y les brindan apoyo e información para acceder a sus derechos y a otros servicios sociales. Además de la ayuda económica y el seguimiento, las familias también cuentan con asistencia psicosocial, reciben talleres sobre crianza positiva y prevención de violencia, así como capacitaciones para desarrollar emprendimientos, entre otros temas. Así, al finalizar el programa, los niños y las niñas están en una mejor situación y sus familias cuentan con herramientas para salir adelante por sí mismas.
Como Reinaldo y Sugeydi, hay cientos de miles de vidas a las que la ayuda humanitaria da esperanza. Apaciguan los malestares, cubren las necesidades más urgentes y brindan el empuje para nuevos comienzos.