Sander Koenen: Un holandés que hace bombones con alma venezolana
Sander Koenen ha logrado, en bombones de su impronta, un gustoso mestizaje. Con la técnica que aprendiera en su Holanda natal y la tradición familiar de tres generaciones de chocolateros, ha propuesto creaciones con ingredientes que descubrió en estas tierras: rellenos de sarrapia. De parchita. De picante. Años atrás, en una visita a Paria, conoció a Tamara Rodríguez y con esta cocinera, probó nuevos sabores. “Me mostró la pimienta guinea, la pomalaca. También los platos con curry de esa región de Venezuela”. Allí tuvo una idea que aún celebra. “Siempre quise hacer un bombón de coco. Todos me decían que era ordinario. Allí entendí que lo podía hacer con curry. Y es la estrella”.
Koenen llegó a Venezuela con su formación como chocolatero y el entusiasmo de joven viajero que buscaba el exotismo de nuevas fronteras. La tierra de un cacao excelso lo sedujo como promesa. No hablaba castellano, pero comenzó en La Praline en Caracas con sus dueños belgas. Luego trabajó en una empresa grande en Chile. Volvió a Holanda al negocio familiar por un tiempo y entendió que prefería abrir su tienda aparte. Su relación con Mariana, su actual esposa y madre de sus dos hijos, exigía pasar a un encuentro más allá de las cartas enviadas por los aparatos de fax de entonces. “Ella tenía un buen trabajo acá. Yo quise empezar algo propio”.
En un apartamento de La Florida, en una mesa de madera y sobre una tabla de mármol, comenzó a elaborar sus bombones que ahora se conocen con su nombre y apellido. En Iskia le propusieron un espacio para venderlos y está a punto de cumplir una década con esa vitrina. Ahora busca un taller más grande, porque anhela seguir creciendo, aunque surfea el reto de conseguir de manera constante la materia prima. Aquí prosiguen sus planes, en un arraigo que se escribe en grandes y pequeños detalles. “Obviamente hay épocas en las que piensas que la grama es más verde afuera, pero no me iría de nuevo. Aquí el clima me gusta. También sentí que el romanticismo por mi oficio se perdió allá, cuando trabajé en una pastelería y me pidieron que hiciera los brownies con una mezcla industrial. Aquí yo hago mi praliné. Mi gianduja. Mi ganache. Allá lo compras listo”.
«De Venezuela me gusta el valor que se le da a la familia. Vengo de un país donde a los 18 te vas de la casa. Aquí está el valor de pasar tiempo juntos. Eso me gusta»