¿Qué y cómo somos en verdad?

Cuando hicieron su aparición los círculos bolivarianos con sus agresiones armadas a personas e instituciones inermes, cité algunos libros que aluden a tal fenómeno y traje a colación las semejanzas con las bandas fascistas europeas, pareciendo así exagerado.

Cuando mencioné los primeros asomos de coincidencias de la relación de los acólitos del comandante barinés con él, y la conducta en torno al dictador Trujillo observada y descrita por Vargas Llosa, volví a quedar como exagerado.

Y sin importarme volver a parecerlo afirmo ahora, que en la biografía de Stalin escrita por Simon Sebag Montefiore (Londres 2004) y que horroriza a los lectores con tantas y tan crudas revelaciones, hay sucesos y formas de conducta que aun guardadas las distancias cronológica y geográfica, hacen pensar y hasta temer eventuales repeticiones de esa historia en versiones domésticas. Su poder estuvo signado por la convicción de que la muerte era la solución efectiva de los problemas políticos. Y sus temas preferidos para justificar los fusilamientos que ordenaba, eran complots e intentos de magnicidio; argumento éste que hemos oído muchas veces cual favorito de caudillos mesiánicos en sus denuncias.

Siento que sí es válido prestar atención a las analogías que tienen sentido de advertencias, sobre todo si hacemos un recuento de cuanto hemos sido testigos en Venezuela durante los años del régimen actual, y para que al menos no volvamos a pecar de candor imaginando tales cosas como imposibles de suceder entre nosotros.

Dentro de nuestra aparente o real pérdida de lógica, que nos conduce a darles a las circunstancias interpretaciones equivocadas, o a caer en los juegos tramposos que diseñe el gobierno, asistimos a impunidades y persecuciones derivadas ambas de un ejercicio aberrante de la justicia. Y visto el manejo de quienes tienen en sus manos la conducción del país y la libérrima administración de los bienes del mismo, como ante los responsables de la retrógrada militarización de las instituciones e instancias de poder, uno se pregunta ¿de dónde salieron?, ¿cómo llegaron a los cargos que ocupan?

Padecemos una delictiva imposición oficialista; como lo son: su rapidez y voracidad en el saqueo del Tesoro Nacional, las cifras e impunidad de homicidios y secuestros, nepotismo y viciadas riquezas familiares, violaciones de los derechos humanos, y los índices de desempleo, desnutrición y mortalidad infantil, agravados hasta extremos de desesperanza y desesperación, que en muchos casos se traducen en una imagen de agotamiento físico casi con rango de renuncia a la vida.

En realidad ¿por qué duelen tan profundamente estas constataciones de existencia miserable?, porque hay una notoria parte de nuestra población que aun incluyendo a numerosos compatriotas que no parecen percibir y mucho menos compartir un criterio positivo, somos sentimentales y de nobleza irrenunciable; siéndolo en realidad y no una presunción de serlo. Ello conforma una justificada convicción; y agrego con el mismo sentido de afirmación constatable que también son signos admirables de venezolanidad, rasgos como la bondad, la cortesía y sobre todo la solidaridad y el calor de la amistad. Seamos fieles a esta otra conclusión en esencia casi salvadora, espiritual y anímicamente, tan necesaria para permanecer firmes ante la política de degradación que brutalmente aplican quienes mantienen el poder inicial y descaradamente asaltado.

Llegar a la noción de país en su plena significación, pasa también por la toma de conciencia de qué y cómo somos en lo humano, y a descubrir el sentido del yo y el nosotros, de aprender a hablar y escribir una lengua, y de ser capaces de padecer y degustar, pensar y sentir.