Los poderes hipnóticos de la prosa Bonilla

Narración que hipnotiza, en más de alguna ocasión, el lector debe recordarse a sí mismo que no se trata de una biografía sino de una novela. Hay que superar esa tentación, aun cuando algunos ramalazos de la vida del poeta Vladimir Maiakovski que conocemos aparezcan cada tanto proyectados en el espacio de la ficción.

Cuenta “Prohibido entrar sin pantalones” la vida de un hombre: el arco de su ascenso, rápido declive y abrupto final por decisión propia. Este Maiakovski de Juan Bonilla irradia. Todo en él surte energía: su corporeidad, su incesante magnetismo, la naturalidad con que el histriónico se exalta. Se desborda el hombre y también su talento a borbotones. Donde quiera, como poeta, publicista, amante o adherente a posturas estéticas, su elocuencia cautiva. Ni su propio torrente volcánico logra neutralizar el sentido, debilitar la eficacia de sus palabras. Improvisa. Fabrica consignas. Abruma a quienes le rodean. No esconde la fascinación que siente por sí mismo.

Maiakovski vive las ilusiones y realidades de la Revolución Soviética. El partido omnipotente agobia en lo inmediato y en las sombras. El poeta se asume como un revolucionario. Y, durante un tiempo, actúa como agitador del movimiento futurista: “Había que imprimir carteles. Había que crear edificios nuevos, porque crear nuevos edificios era inventar una nueva manera de vivir. Había que inventar nuevos bailes, nuevas maneras de amarse, de educar a los hijos, de no educarlos más bien. En eso el futurismo tenía que ser religioso, afectar a todos los órdenes de la vida para crear un nuevo desorden en el que vivir”.

Inevitable: Maiakovski, hombre de controversias, circula en un mundo de tensiones siempre en crecimiento. Nada queda fuera de revisión y debate. Como si la existencia misma tuviese como objeto ser analizada y diseccionada en argumentos. Se discuten las variaciones y alternativas estéticas; las posibilidades de la violencia; las pugnas entre lo nuevo y lo viejo; las promesas contenidas en ese arte que recién emerge, el cine. La atmósfera exige romper con el simbolismo, con el orden burgués, con el individualismo, con la decadencia del pasado. Bonilla, y lo ejecuta de modo magistral, escenifica la proliferación, diré que patógena, de palabrerío. Proliferan los discursos. La realidad se desgrana en dilemas, negaciones o promesas. Se persigue el pasado y el porvenir se insufla de entusiasmos. “Prohibido entrar sin pantalones” es, en su modo ficcional, un tratado de la hiperinflación discursiva que es signo de las revoluciones.

A solas con el hombre

“Prohibido entrar sin pantalones” se experimenta como un torrente, festín de la lengua española, escritura excitada y excitante. El de Bonilla es un Maiakovski de invención propia: un Maiakovski generado por la eléctrica prosa Bonilla, que guarda este atributo: no solo documenta los hechos sino que va construyendo la compleja condición interior del protagonista. Entre las muchas cosas que cabe elogiar a Bonilla, esta: el que se haya apropiado previamente de montañas de datos e historias sobre Maiakovski (lo que le permitiría ensayar una biografía), no actúa en desmedro de la ficción: la suya es más que una novela: una novela que construye a un complejo personaje.

Bajo el espectáculo del poeta revolucionario que se abalanza hacia el lector; de la revolución que aplasta el alma de sus hijos; del talante impugnador que desconoce todo límite, el lector, posiblemente sin percatarse, se queda a solas con Maiakovski: con la fragilidad del hombre atrevido, con el dolor que entrañan sus ambiciones, con el apesadumbrado que se enamora de Lily Brick y debe aceptar una relación triangular. Mientras la revolución lo cubre todo con capas y capas de mentiras, Maiakovski aparece cada vez más expuesto. Se vuele asible en el impecable hacer de la prosa Bonilla.

Y es ese enérgico Maiakovski que redacta informes sobre sus colegas, escribe un poema dedicado a Lenin cuya edición alcanza el millón de ejemplares, se hace parte activa e intransigente de facciones literarias, viaja como propagandista del régimen que suscribió hasta su último momento, un artista siempre a punto de incursionar, el que a fin de cuentas, exasperado, un día de 1930 tomó un arma, la apuntó a su pecho y jaló el gatillo.

Prohibido entrar sin pantalones

Juan Bonilla

Editorial Seix-Barral

España, 2013.