Leyenda El Luterano

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Cuando se contempla el Escudo de Riobamba surge la inevitable pregunta sobre el significado de aquella cabeza prendida por dos espadas.

El luterano y el escudo de Riobamba

  • Un hombre extranjero que había llegado a la región de Guamote, se ganaba la vida alquilando su caballo para a todo aquel que lo necesitara.
  • Del mismo modo, otra fuente de ingresos para este individuo, era dirigirse a la ciudad de Riobamba, en donde les pedía caridad a los lugareños, pero no como hacían la mayoría de los mendigos, es decir, “una limosnita por el amor de Dios”. Sino que él les pedía directamente que le dieran una moneda o un pedazo de pan.
  • Lo más extraño sucedió un día en el que el hombre entró a una iglesia y mientras se celebraba una misa en conmemoración a San Pedro, se acercó a donde estaba el sacerdote y sin más dilación le quitó la hostia que sostenía con sus manos.

Además

  • Los asistentes a la ceremonia no pudieron soportar tal acto de herejía, por lo que sacaron sus espadas y asesinaron al sujeto. Después vinieron las investigaciones y se determinó que el extranjero era un luterano que estaba mal de sus facultades mentales.
  • La noticia llegó hasta Quito, en donde el presidente municipal pidió que de inmediato los restos de aquel individuo fueran cremados. Se dice que este suceso traspasó fronteras, pues hay quienes afirman que llegó incluso a oídos del rey de España, quien de inmediato le otorgó al presidente municipal, un nuevo escudo de armas como muestra de su agradecimiento por preservar las doctrinas católicas.

Reseña histórica

Estamos en época en donde todo lo patrimonial e histórico parece no importar a nadie. Rescato esta amena historia que cobija los orígenes de nuestro símbolo heráldico, antes de que a algún agudo político le surja la idea novedosa de querer cambiarlo.

La cabeza que se destaca en el emblema riobambeño hace alusión a un médico de origen húngaro llamado Sibelius Luther quien luego de un crimen pasional buscó mitigar su conciencia en el nuevo continente. Y de manera específica en localidades de lo que hoy es la Provincia de Chimborazo, concretamente Guamote y Colta.

La historia se remonta a los años de 1571 y 1575 donde este excéntrico personaje recorre la Villa del Villar Don Pardo. Asiento que más tarde dará origen a la Villa de Riobamba. La autora Laura Pérez de Oleas Zambrano en su texto:

¿Quién fue el Luterano de Riobamba?

Publicado en el libro Riobamba: del Luterano al terremoto, de Juan Carlos Morales Mejía lo describe de la siguiente manera: “… un hombre alto, fornido, de cabello, barba y patillas rojizas; de ojos pequeños, azules y penetrantes. Tez que seguramente fue muy blanca, pero que estaba oscurecida por la intemperie. Su nariz de corte aguileño exagerado, la boca hundida de labios finos y mentón saliente dábanle un aspecto de ave de rapiña. Su vestimenta era una especie de casaca de cuero que le llegaba hasta las rodillas. Usaba botas militares que le tapaban toda la pierna. La cabeza la llevaba cubierta por una especie de bonete o gorro de negro hule sujeto por un cordón a la barbilla”.

Se dice que Sibelius fue un humanista dolido por la situación de esclavitud y miseria que soportaban nuestros indios. Los atendía con medicinas naturales y consejos lo que le valió el aprecio de este grupo desposeído que lo bautizó como “Padre blanco”.

Además

Al parecer todo era bueno para este hombre, pero su inasistencia al templo, el distanciamiento con todo lo religioso dio espacio a que la Iglesia de la época, oscura e ignorante. Juegue hábilmente con el apellido del médico y de Luther lo trasforme en Luterano, mordaz calificativo que hacía alusión a Martín Lutero el sacerdote desertor de la Iglesia Católica que promovió la llamada Reforma y que para la época significaba similitud con el mismo demonio.

Por la lejanía que mantenía Sibelius con el ámbito religioso se llegó al punto de prohibir que se le venda alimento, se le dé posada e incluso se realice un acto de caridad con él, so pena de que para el que lo haga sea sancionado con excomunión. El médico que otra hora se dedicaba a recoger, insectos, plantas o pasear por las inmediaciones de la Laguna de Colta, se convirtió en un mendigo. A donde llegaba se le negaba el agua y el alimento; piedras insultos y más agresiones recibía cuando ingresaba a cualquier lugar.

Además

Se dice que cierto día cuando transitaba por el Corregimiento de la Villa del Villar Don Pardo, en la Plaza de la iglesia, fue abordado por el sacerdote Horacio Montalván quien era cura de la Matriz y el principal gestor del odio en contra de Sibelius. El religioso abofeteo sin miramientos al mendigo quien a pesar de sus cuarenta años rodó al piso vencido por el hambre y la fatiga. Solo alcanzó a exclamar: ¡Ave agorera. Algún día cortaré esas manos que se levantan injustas contra mí!

Pasó el tiempo y llegamos al 29 de junio de 1575. Fiesta de San Pedro, Patrono de la antigua Villa de Riobamba. La celebración revestía lujo y solemnidad. La Catedral que lucía imperiosa y que se erigía en lo que hoy es la Plaza Central entre Sicalpa y Cajabamba, se había preparado para tan importante conmemoración. Envuelta en una negra capa una sombra se escurre sigilosa hasta el presbiterio y permanece oculta. La celebración inicia. Entre cántico y rezos se llega al punto culminante donde el sacerdote Horacio Montalván, quien oficia la eucaristía, levanta la Sagrada Forma, de pronto la sombra devela a un enloquecido Sibelius que se lanza en contra del prelado con intención de cercenar su mano:

– ¡Ya no volverás a ultrajarme ni a consagrar con esa mano maldita!

Exclamaba el agresor mientras sujeta al cura que deja caer la hostia consagrada. La indignación de los asistentes no se hace esperar; con espada en mano se lanzan feroces en contra del hombre de la capa, en contra del pobre Sibelius a quien hunden sus espadas en el corazón y la cabeza. Según los asistentes, como hecho milagroso, del cuerpo del impío no brota sangre y no se ensucia el sagrado recinto. La sangre bulle en las afueras del templo cuando el cuerpo yerto del hombre ha sido arrastrado fuera de él.

Ante tales acontecimientos, el presidente de la Real Audiencia de Quito, don Lope Diez Auz de Armendáriz, ordeno que el cadáver del sacrílego fuera colgado en la horca durante un día; ordenó además que su lengua fuese arrancada y arrojada a los perros; su cuerpo finalmente debía ser quemado como lo disponía la Santa Inquisición en el caso de todos aquellos que habías sido condenados por hechicería, herejía y sacrilegio.

Además

Luego de este macabro final, los indios esclavos en secreto recogieron las cenizas del “Padre Blanco”. Y las enterraron en un lugar cercano a la laguna de Colta para que su espíritu no los abandone. Las supersticiosas voces claman lo acontecido como un milagro extraordinario. El hecho trasciende hasta oído del mismo rey de España Felipe IV quien en honor a la fidelidad de los riobambeños, concede el Escudo de Armas a la Villa de Riobamba, siendo este el símbolo que todos conocemos.

Es cierto que luego de conocer esta historia muchos opinarán que nuestro escudo representa una barbarie antes que un hecho noble; que entroniza el fanatismo, la superstición y la ignorancia, pero la historia se debe entender desde su contexto y no porque hoy nos resulte inverosímil o grotesca debemos desecharla; es parte de nuestro legado cultural, de nuestras raíces, tiene igual valor que aquella Custodia que por negligencia nos fue arrebatada, es tan valiosa como tantas edificaciones patrimoniales que en los últimos años han sido demolidas sin reparo, tan valedera como la cantidad de aciertos y desaciertos que han compuesto nuestro pasado, pero que desde la vivencia nos consolida como ciudad.

Además

Los pueblos que no valoran su pasado y su cultura están condenados a desaparecer en medio de esta globalización que arrasa con la autonomía cultural e individual.

En plena época de incertidumbre conviene revisar los errores que nos antecedieron para no replicarlos en el presente sin negar el sentir, el pensamiento y el esfuerzo de otros que en su momento vivencial supieron o trataron de dar buen rumbo a un pueblo.