Sistema inmunológico se debilita cuando envejecemos

La ciencia descubre cómo mejorar el sistema inmunológico

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La ciencia descubre cómo mejorar el sistema inmunológico

Cuando empezamos a sentir un picor en la garganta, o nos encontramos mal, siempre recurrimos al típico vaso de zumo de naranja o a un suplemento de Vitamina C. Siempre se han considerado los salvadores contra los virus, más como parte de un mito que como parte de la realidad.

Sin embargo, la ciencia tiene una mala noticia para ti: te han engañado. O al menos, te han contado una verdad a medias. Según un revelador análisis publicado recientemente por el medio experto New Scientist, avalado por inmunólogos de prestigio internacional, la Vitamina C apenas tiene impacto real en la prevención de catarros. A lo sumo, puede reducir unas pocas horas la duración de los síntomas, pero no evitará que caigas enfermo.

Entonces, si las naranjas no son la solución, ¿qué podemos hacer? La respuesta es mucho más compleja que una pastilla, ya que tu sistema inmunológico no es un interruptor que se enciende o se apaga. Podríamos decir, por humanizar un poco el término, que es una red sofisticada que depende de tres factores que probablemente estás pasando por alto: tu intestino, tus zapatillas de deporte y, sorprendentemente, tu actitud ante la vida.

 

La clave está en tu intestino

Si lo que quieres es una solución cuando ya sientes que te estás poniendo malo, la clave, según la ciencia, apunta hacia otro mineral. Una revisión de estudios de 2013 concluyó que 75 miligramos de zinc tomados en las primeras 24 horas de síntomas sí logran reducir significativamente la duración del resfriado. Es mucho más efectivo que la famosa vitamina de los cítricos.

Pero la verdadera batalla se gana a largo plazo y lo importante es que tus defensas vayan dirigidas hacia el estómago. El microbioma es una gran cantidad de billones de bacterias que viven en tu intestino y digamos que hace de entrenador personal de tus células inmunes. Ellas deciden si tu cuerpo ataca eficazmente a un virus o si, por el contrario, reacciona exageradamente provocando inflamación (la base de muchas enfermedades).

El inmunólogo Tim Spector descubrió durante la pandemia que las personas que consumían regularmente alimentos fermentados, como el kéfir, el kimchi o el yogur natural, junto con fibra, tenían síntomas de COVID-19 menos graves que aquellos que tomaban suplementos vitamínicos. La clave no es tomar probióticos en pastillas, sino darle a tu intestino comida real: 30 gramos de fibra al día y alimentos vivos son la mejor vacuna natural.

Y ojo con las especias que tomas, porque aunque la cúrcuma y el jengibre no son milagrosos, la ciencia confirma que el jengibre fresco tiene propiedades antiinflamatorias reales si se consume en cantidad suficiente, y la curcumina (el compuesto naranja de la cúrcuma) ayuda a regular la respuesta inmune, aunque nuestro cuerpo la absorbe mal a menos que la mezcles con pimienta negra.

Cuidado con el estrés crónico

El doctor Sunil Ahuja, de la Universidad de Texas, ha desarrollado un concepto revolucionario al que llama el «Grado Inmunológico». Hay que entender que no todas las personas de 40 años tienen las mismas defensas, y que una persona con una mala respuesta inmunológica, por ser fumador, beber o llevar una vida sedentaria, tiene el mismo riesgo de mortalidad que alguien 15 años mayor.

Para mejorar ese aspecto, hacer deporte es casi una obligación. La actividad moderada y diaria, como caminar rápido o nadar, entre otras, aumenta la vigilancia de tus células defensivas. Sin embargo, machacarse en el gimnasio con sesiones de alta intensidad sin descanso puede ser contraproducente, elevando el cortisol y abriendo una ventana de vulnerabilidad a infecciones. La constancia gana a la intensidad, y dos semanas de sofá harán que tus defensas caigan en picado.

La mente te puede salvar de un virus

Pero lo más importante es el descubrimiento de que el cerebro tiene una conexión directa con el sistema inmune del cuerpo. Según el estudio que publica Nature, el simple hecho de anticipar una infección, como ver a alguien enfermo en tu entorno, ya activa cambios en las células sanguíneas.

Pero el gran enemigo es el estrés crónico. Cuando vives en alerta permanente, tu cuerpo se inunda de cortisol. Esta hormona, útil en momentos puntuales de peligro, si no desaparece, hace que las defensas tengan menos eficacia y funcionen peor, dejándote totalmente expuesto.