Isaiah Berlin y el “Sentido de la Realidad”
Acaba de publicarse en español una nueva obra que recopila trabajos de Isaiah Berlin (1909-1997) titulada Las ideas políticas en la era romántica. Surgimiento e influencia en el pensamiento moderno, que a diferencia de otros libros del autor disponibles en nuestro idioma, no recopila ensayos acabados sino los escritos (borradores y textos) preparados por el propio Berlin entre 1950 y 1952, con motivo de las conferencias Mary Flexner que dictó en Pensilvania este último año, y que sirvieron de base para su ulterior y abundante producción intelectual. En palabras de su célebre editor, Henry Hardy, esta obra: “Las ideas políticas en la era romántica puede considerarse los Grundrisse de Isaiah Berlin: la obra fuente o ‘torso’, como él mismo lo llamaba; el origen de una buena parte de sus obras posteriores”.
Los textos aquí reunidos, si bien se centran en el estudio de las ideas políticas en Europa entre fines del siglo XVII y XIX, sentaron las bases de la comprensión filosófica y práctica de esa clase de ideas en el pensamiento y acción del autor, para quien las ideas son decisivas en la ocurrencia de los eventos históricos, tal y como lo sostienen historiadores como Jonathan Israel. En su estudio preliminar a la obra comentada, Joshua L. Cherniss afirma: “Para Berlin la historia de las ideas no sólo era un tema de fascinación intrínseca sino un medio para comprenderse a sí mismo. Berlin interpretó los conflictos políticos contemporáneos a la luz de la historia de las ideas y recurrió a la historia para entender los conceptos que dominaban la política de su época”.
¿Cuáles fueron algunas de las ideas desarrolladas por Berlin con apoyo en estos escritos preparados entre 1950 y 1952 (y también, desde luego, de los estudios e investigaciones para preparar su muy reconocida biografía sobre Carlos Marx)?
En primer lugar, que toda filosofía política, occidental o no, que ha postulado la realización de un estado de armonía o felicidad plena para la vida humana es falaz y ha traído, como lo mostró el siglo XX y sus totalitarismos, nefastas consecuencias que para los seres humanos reales, todo bajo el discurso de “la persecución del ideal”, y que la única “verdad” que cabe reconocer en el plano de la morales la incompatibilidad e inconmensurabilidad de los valores que reconocen y persiguen las culturas, las sociedades y los individuos:“Lo que es evidente es que los valores pueden chocar; por eso es por lo que las civilizaciones son incompatibles. Puede haber incompatibilidad entre culturas o entre grupos de la misma cultura o entre usted y yo” (ver El fuste torcido de la humanidad, p. 52).
De allí sus agudas críticas al determinismo racionalista y dogmas de la Ilustración (a sus postulados esenciales: 1) toda pregunta genuina tiene una sola respuesta, 2) toda forma de conocimiento tiene un solo método, y 3) los valores constituyen un todo armónico), así como a su contraparte, el utopismo romanticista, según el cual el individuo es fuente de creación absoluta y no de elección de los valores. Especial mención merecen sus objeciones al determinismo colectivista en que se basa el credo marxista y sus diversas derivaciones socialistas, en las que el individuo es despojado de su capacidad de elegir, de su autonomía y los conflictos entre valores y fines son “resueltos” por las leyes eternas de la historia.
A lo anterior el autor de Pensadores Rusos opuso su enfoque empirista de la historia y la vida social, sintetizado en lo que él denominó “el sentido de la realidad”, o la constante y responsable exigencia de evidencias, pruebas, verificaciones y refutaciones de aquello que se afirma como verdadero en todo campo del conocimiento, incluidas la política y la moral.
En segundo lugar, que la libertad es dual, y que tal y como lo expuso Benjamín Constant en su Discurso sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, cabe reconocer junto a la libertad negativa (ausencia de límites externos a la acción voluntaria de cada individuo) una libertad positiva (el marco institucional que hace posible el ejercicio de la libertad negativa y al mismo tiempo sirve de límite a ésta como condición de la vida en sociedad), y que la una sin la otra hace imposible la vida en sociedad (cabe aquí confrontar este modo de entender la libertad con el de otros liberales como F. Hayek o K. R. Popper).
Muy vinculada a la idea anterior, es su afirmación que no existe una “condición humana” (severo crítico Berlin de Hannah Arendt en éste y otros temas), y que lo distintivo del ser humano, y que sería lo único universal y digno de defensa moral frente a cualquier cultura o sistema de valores sociales, es la capacidad de elegir de cada individuo, así como la propia conciencia de por qué y para qué actúa (este enfoque salva al Berlin de ser un relativista cultural y lo ubica como un genuino pensador liberal).
En tercer lugar, que la visión más sensata y responsable que cabe adoptar ante problemas políticos, morales y prácticos en general ha de partir de reconocer al individuo, de exigir verificaciones de cada afirmación y de asumir el conflicto de valores como elemento inevitable de la vida, es decir, una combinación de individualismo, empirismo y pluralismo de valores, que de espacio al mutuo reconocimiento, al diálogo y a la negociación en lugar de la violencia y la guerra como forma de resolución de los conflictos.
Por último, sobre el problema de la desigualdad y la libertad económica, las ideas de Berlin se resumen en el siguiente texto (y respecto de las cuales son varias las críticas que caben al no considerar la praxeología de la escuela austríaca de la economía y las instituciones del Estado de Derecho o rule of law): “Es claro que la ilimitada libertad de los capitalistas destruye la de los obreros, que la ilimitada libertad de los propietarios de las fábricas o de los padres permitirá que en las minas de carbón se empleen niños” (Ramin Jahanbegloo, Conversaciones con Isaiah Berlin, p. 80).
Estas y otras de las ideas del autor de La traición de la libertad tienen mucho que aportar a los venezolanos del siglo XXI, hundidos cada día más en el determinismo, el colectivismo y el monismo empobrecedor y anti-liberal, del despotismo imperante y el legado populista de la cada día más deformada era democrática.
Las ideas políticas en la era romántica
Isaiah Berlin
Fondo de Cultura Económica
México, 2014.