Estratagema 12

Si el discurso trata de un concepto general que no tiene ningún nombre propio sino que, mediante un tropo, debe ser designado a través de una comparación, debemos elegir la comparación de tal modo que favorezca a nuestra afirmación. Así, por ejemplo, en España los nombres mediante los que se designa a ambos partidos políticos, serviles y liberales, sin duda han sido elegidos por los últimos.

El nombre protestante ha sido elegido por estos, y también el nombre de evangélicos: el de hereje por los católicos.


Esto se aplica a los nombres de las cosas incluso cuando son más apropiados: por ejemplo, si el adversario ha propuesto un cambio cualquiera, denomíneselo innovación, pues esta palabra es odiosa. Al revés cuando es uno mismo el proponente. En el primer caso, menciónese como antónimo «el orden establecido», en el segundo «arcaísmo». Lo que alguien enteramente carente de intencionalidad y partido denominaría «culto» o «doctrina pública de la fe», alguien que quiere hablar a su favor lo denominaría «piedad», «devoción» y un adversario «beatería», «superstición». En el fondo, se trata de una sutil petitio principii: uno expresa de antemano en la palabra aquello que pretende demostrar, y después procede a partir de esa denominación mediante un simple juicio analítico. Lo que uno denomina «hacerse cargo de su persona», «poner en custodia», su adversario lo llama «encarcelar».


Un orador muchas veces delata ya de entrada su intención mediante los nombres que da a las cosas. Uno dice «los sacerdotes», el otro «la clerigalla». De entre todas las estratagemas, esta es la más frecuentemente utilizada, de forma instintiva. Fervor religioso = fanatismo; desliz o galantería = adulterio; equívocos = indecencias; desajuste = bancarrota; «mediante influencias y relaciones» = «mediante sobornos y nepotismo»; «sincero agradecimiento» = «buen pago».


*Tomado de El arte de tener razón. Traducido por Jesús Alborés Rey. Alianza Editorial, España, 2002.