FIFA: sobornos, corrupción y poco fútbol

En la mitología japonesa existen unas criaturas llamadas Noppera-bō. Según la tradición nipona, estos seres son capaces de encarnar cualquier rostro, desde las más bellas mujeres a los más deformados y sombríos personajes.

El fútbol, en la actualidad, bien podría ser descrito como uno más de estos Noppera-bō. A veces, el más bello de todos deportes; en otras ocasiones, una industria sin escrúpulos sólo centrada en el beneficio económico. Como diría Eduardo Galeano, “una cuestión de soles y sombras”. No obstante, aún son muchos los que creen en el arte de dar patadas a un balón; los que piensan que gran parte de la corrupción y la avaricia que han rodeado al fútbol en las últimas décadas tienen solución. Volver a transformar el mercado en juego.

Para acometer este proceso es imprescindible conocer quién y cómo robó la pelota, desentrañar los tejemanejes de las grandes compañías y, sobre todo, presentar una historia veraz y rigurosa de la Fédération Internationale de Football Association o FIFA, que en nuestros días es el auténtico amo de este deporte.

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Europa marca las reglas del juego

El 21 de mayo de 1904 se fundaba en un pequeño cuarto de la calle Saint-Honoré de Paris la FIFA. La idea inicial de la joven organización era crear un organismo con capacidad reguladora sobre el fútbol internacional; codificar unas normas claras y velar por su cumplimiento. Si se querían fomentar partidos de índole internacional era necesario que todos los combinados se sometieran a las mismas reglas. A este primer objetivo se sumaron las federaciones nacionales de Dinamarca, España, Bélgica, Francia, Suecia, Holanda y Suiza. A su vez, el francés Robert Guérin era elegido presidente de la FIFA.

Tras la fundación, y a pesar de la voluntad universalista de la organización, quedaba claro que el fútbol era cosa de europeos y no sería hasta 1909 cuando, gracias al ingreso de Sudáfrica, se rompía en monopolio del viejo continente en la FIFA.

En estos primeros años de existencia la institución futbolística no lo tuvo nada fácil. Las tensiones y conflictos entre las naciones europeas, recuérdese por ejemplo la Primera Guerra Mundial, no ayudaron en absoluto al buen funcionamiento de la FIFA. Muchas naciones se negaban sencillamente a organizar partidos con los que consideraban rivales políticos directos en el ámbito internacional. Sólo la organización de campeonatos de fútbol durante los Juegos Olímpicos, y sobre todo el establecimiento de una Copa Mundial de fútbol dieron aire a la FIFA.

El primero de estos campeonatos mundiales tuvo lugar en Uruguay. El país contaba con dos claros alicientes para acoger la competición, por un lado los uruguayos querían aprovechar el Mundial para celebrar el centenario de su independencia, por otro, la selección nacional venia de conseguir la victoria en las olimpiadas de 1928 en Ámsterdam. La Copa del Mundo podía ser una buena ocasión de repetir la gesta en casa.

Por unos días Montevideo se convirtió en la capital del fútbol mundial, y aunque de las doce selecciones europeas invitadas sólo acudieron cuatro, se puede concluir que la Copa cumplió tanto las expectativas de la FIFA como las del país anfitrión. La selección uruguaya logró derrotar por 4 goles a 2 a Argentina en la final. La FIFA conseguía cerrar con éxito su primer torneo y podía aspirar a organizar más competiciones mundiales en el futuro.

Imagen del combinado uruguayo tras vencer a Argentina en la final.
Imagen del combinado uruguayo tras vencer a Argentina en la final.

El fútbol era un deporte en alza, y no sólo la FIFA sacaba provecho de ello. Si Uruguay podía usar la Copa del Mundo para celebrar el centenario de su independencia, Benito Mussolini podía utilizar el campeonato para mayor gloria de la Italia fascista. El Duce presionó convenientemente, y la FIFA acabó accediendo a celebrar su segundo mundial en Italia. Esta vez, treinta y cuatro federaciones solicitaron participar en el torneo, por lo que hubo que realizar una ronda eliminatoria previa para seleccionar a los dieciséis equipos definitivos.

Por fin, el 27 de mayo de 1934 echaba a rodar el balón. No obstante, pronto quedó claro quién levantaría la Copa. La Italia fascista no estaba dispuesta a perder su Mundial. Juego duro y unos arbitrajes más que discutibles fueron la tónica durante todo el torneo. En la final, la azzurra derrotó a Checoslovaquia por 2 tantos a 1. La FIFA, que presumía de ser ajena a la influencia política, veía cómo sus dos mundiales trascendían el terreno de juego. Primero Uruguay y su celebración de la independencia y ahora, en un asunto más vergonzoso, como medio de propaganda del estado italiano. Quedaba claro que el fútbol y la política eran una pareja con futuro.

El siguiente Mundial se celebró en 1938, aunque la actividad de la FIFA pronto se vio interrumpida por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. La recuperación no fue sencilla, los países habían cambiado el campo de juego por el de batalla y las consecuencias eran terribles. No hubo Mundial hasta 1950, aunque la FIFA realmente tenía puesta la mirada en la Copa del Mundo del año 1954. La organización futbolística cumplía cincuenta años, en los que había pasado de siete a ochenta y cuatro federaciones nacionales. El torneo tendría lugar en Suiza, la razón: la FIFA quería celebrar su aniversario en casa. De nuevo dieciséis selecciones se daban cita, aunque en esta ocasión no haría falta desplazarse al país helvético para seguir el campeonato. Por primera vez la Copa del Mundo sería televisada.

El fútbol ganaba popularidad y la FIFA crecía con él. Sin embargo, a pesar de las ampliaciones, la organización seguía siendo cosa de europeos. El viejo continente se negaba a soltar las riendas del deporte rey. Buena prueba de ello es que todos los presidentes de la FIFA habían sido belgas, franceses o ingleses. El último de esta larga saga era el británico Stanley Rous. Hijo de un tendero y árbitro de prestigio retirado, este representaba a la perfección la imagen que la FIFA quería tener de sí misma, un correcto caballero ingles que disfrutaba del cumplimiento de las reglas y el juego ordenado.

En el cargo desde 1961, Sir Stanley no tenía ninguna prisa en extender el fútbol por todo el planeta, quería una FIFA sin sobresaltos. Por ejemplo, reconocer a la China comunista no le parecía una tarea urgente, prohibiendo terminantemente que el Arsenal londinense fuera a jugar a aquel país. Y si la ley en Sudáfrica decía que negros y blancos eran diferentes, ¿quién era la FIFA para negarlo? El fútbol debía mantenerse alejado de toda polémica y si al final se veía obligado a emitir una opinión, esta siempre seria acorde con la política del gobierno británico.

Rous, a la izquierda de la imagen, en una de sus primeras sesiones como presidente.
Rous, a la izquierda de la imagen, en una de sus primeras sesiones como presidente.

No obstante, durante las décadas de los sesenta y setenta el mundo cambiaba a un ritmo vertiginoso y la idea de una FIFA parecida a un selecto club europeo encontraba cada vez más resistencias. Desde la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) ya se empezaban a exigir ciertos cambios, y sería en Brasil donde aparecería un candidato dispuesto a arrebatar el cargo a Sir Stanley.

Joao Havelange tenía una idea muy distinta de cómo debía organizarse el deporte rey. A diferencia de Rous, este tenía claro que el fútbol era un fenómeno global, es más, era un negocio global. Para Havelange el dominio europeo de la Copa del Mundo se plasmaba en que había nueve plazas reservadas a estos equipos, algo que más que injusto era poco rentable. ¿Por qué no extender el número de participantes? Al fin y al cabo esto generaría nuevas oportunidades para la FIFA en lugares hasta ahora ajenos al mundo futbolístico.

Sin embargo, los mandatarios europeos no querían saber nada de estos cambios. Incluso en 1973, durante un congreso de la UEFA celebrado en Edimburgo, representantes de la FIFA, aún en manos de Rous, habían llegado a asegurar que si se aumentaban el número de finalistas y eliminados europeos se organizaría una nueva Copa del Mundo europea a la que serían invitados unos pocos países latinoamericanos. Es evidente que estas actitudes no habían sentado bien en las federaciones africanas y asiáticas. Llegado el Congreso de la FIFA de 1974 la victoria de Havelange parecía posible.

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El fútbol en venta

Para la mayor parte de los amantes del fútbol el año 1974 es sinónimo del Mundial de Alemania y la increíble actuación de la selección holandesa. La “Naranja Mecánica”, como fue apodada por los periodistas, dio una lección de juego a propios y extraños. Cruyff, Neeskens, Michels y compañía, aunque no lograron alzarse con la copa, inventaron todo un estilo.

No obstante, ese mismo año la FIFA sufrió una revolución aún mayor. En el Congreso de Fráncfort, Joao Havelange derrotaba por 68 a 52 votos a Sir Stanley Rous, convirtiéndose el brasileño en el nuevo dueño del fútbol mundial. La elección había estado reñida, aunque Havelange tenía más que ofrecer. Era dos décadas más joven que su rival, y a diferencia de este podía comprar el voto en cuatro idiomas. Mientras Rous solo tenía oídos para las federaciones europeas, Havelange se había recorrido el mundo de punta a punta. Conocía las quejas de los países africanos o asiáticos y prometió cambios. Incluso aseguró que ampliaría plazas en los Mundiales prestando especial atención a los no europeos.

Además, por si todo lo anterior fuera poco, Havelange contaba con el apoyo incondicional de Horst Dassler. Este era el dueño de la multinacional Adidas y, al igual que el brasileño, estaba seguro de que el fútbol podía ser un negocio muy lucrativo. Sólo hacía falta conseguir que las grandes estrellas internacionales lucieran sus productos para que Adidas cosechara beneficios astronómicos. La ecuación, por tanto, era bien sencilla: Dassler pondría el dinero necesario para hacer a Havelange presidente y este a cambio prestaría una atención especial a las exigencias de Adidas.

Los sobornos corrieron como nunca los días previos a la votación. Bien para asegurar a los aliados o bien para convencer a los indecisos, ahí estaba el dinero de Adidas. En perspectiva, quizá el mayor error de sir Stanley Rous no fue su falta de sensibilidad hacia las voces no europeas, sino su falta de sensibilidad hacia la comercialización del fútbol.

Tras el congreso, todo cambió en la organización futbolística. Dassler no sólo pretendía favorecer a Adidas, sino que pronto se dio cuenta de que la tajada del pastel podía ser mayor y también se interesó en vender los derechos de comercialización que acababa de adquirir de la FIFA. El gran golpe se produjo cuando consiguió el apoyo de Coca-Cola en su proyecto. La multinacional ayudaría a Havelange, y a cambio el logo de esta ocuparía un lugar bien visible durante la Copa del Mundo. Al fin y al cabo qué mejor reclamo publicitario que un evento seguido en todo el mundo. La maniobra de Coca-Cola no pasó inadvertida y pronto muchas otras multinacionales quisieron entran en el juego. En pocos años el dinero entraba a raudales en la FIFA.

Buena prueba de la nueva tendencia en la institución futbolística fue el Mundial de 1978. La dictadura militar argentina, deseosa de prestigio y publicidad, presionó para organizar el campeonato. La FIFA, al igual que con la Italia de Mussolini, dejó hacer. No obstante, esta vez había que añadir un par de grotescos detalles a la historia: el balón del campeonato se llamaría “Adidas Tango”, Coca-Cola lanzaría envases especiales para la ocasión y la selección anfitriona luciría las tres rayas paralelas de Adidas en el pecho. Está claro que el campeonato era un triunfo para el nuevo modelo de Joao Havelange, el cual sería condecorado por Videla durante la ceremonia de inauguración. En la final Argentina se impuso por 3 goles a 1 a Holanda. Oscuros militares y sonrientes hombres de negocios celebraron los goles de Mario Kempes por igual.

En la fotografía se ve a Joao Havelange, a la izquierda de la imagen, y a Jorge Videla, en el centro, justa antes de entregar la Copa del Mundo a la selección argentina.
En la fotografía se ve a Joao Havelange, a la izquierda de la imagen, y a Jorge Videla, en el centro, justa antes de entregar la Copa del Mundo a la selección argentina.

Durante la década de los ochenta la FIFA siguió creciendo, y con ella el poder de Havelange. En el organismo cada vez participaban más federaciones, algunas de territorios minúsculos en los que poco importaba el fútbol. Estas nuevas incorporaciones no eran algo casual, sino que respondían a una lógica de funcionamiento muy concreta. Cada federación poseía un voto dentro de la FIFA, haciendo esto que por ejemplo un país como Andorra tuviera el mismo peso que España. Comprar la voluntad de una gran federación podía ser a veces una ardua tarea, no obstante, influir en otras de pequeño tamaño resultaba muy sencillo y barato. No es de extrañar que Havelange saliera así elegido por aclamación en los congresos de España, México e Italia en 1982, 1986 y 1990 respectivamente. Los países europeos, antiguos dueños del fútbol, sólo podían ver como perdían poder en la organización. Buen ejemplo de esta dinámica es cómo en el Mundial de España en 1982 ya había veinticuatro participantes y para el de Francia en 1998 serían treinta y dos.

El negocio debe continuar

Como ya hemos dicho, Francia acogió la Copa del Mundo de 1998. Durante el campeonato muchas selecciones pisaron el césped del estadio Saint Denis, aunque sólo el país anfitrión, bajo la batuta de un gran Zinedine Zidane, logró hacerse con la victoria.

En la FIFA, durante las vísperas del Mundial, como ya había ocurrido hace veinticuatro años, se produjeron ciertos cambios. Un anciano Joao Havelange marchaba a un retiro dorado, aunque para entonces el brasileño había dejado su sucesión bien atada. El fútbol debía seguir siendo el más rentable de los negocios.

El designado para la tarea era el suizo Joseph S. Blatter, el cual ya había sido definido hace años por el difunto presidente de Adidas Horst Dassler como “uno de los nuestros”. Y es que Blatter no era nuevo en la profesión. En la FIFA desde 1975 y secretario general de la misma desde el año 1981, sabia a la perfección cómo funcionaba el negocio. Sólo había un pequeño problema, había que ir a las elecciones y eso implicaba gastos.

Fifa-deportes-patrocinadores tabla ingresosEl rival de Sepp Blatter era el sueco Lennart Johansson, presidente de la UEFA. Europa quería volver a disputar el trono del fútbol mundial y esta vez prometía democracia y transparencia. Johansson incluso se atrevió a asegurar que si ganaba exigiría una auditoría contable independiente de la FIFA. Estas declaraciones, como era de esperar, no gustaron a Havelange, ¿quién era el sueco para poner en duda los balances oficiales de la FIFA? Desde la sede central en Suiza no tardaron en afirmar que Blatter sería un presidente extraordinario.

La campaña tenia por tanto dos claros candidatos, y como la primera elección de Havelange, se mostraba reñida. Ambos candidatos volaban por el mundo tratando de recabar apoyos, y claro está que estos frenéticos viajes tenían sus costes. Johansson había recibido 534.000 dólares de la UEFA. Por otro lado, el presupuesto de Sepp Blatter era más difícil de conocer. Primeramente había declarado a un periodista que contaba con 135.000 dólares, aunque más tarde había elevado la cifra a 300.000. Finalmente reconoció que contaba con “algunos patrocinadores menores”. Entre estos pequeños colaboradores destacaba el muy rico emir qatari Mohamed Bin Hammam. Con estos apoyos a nadie sorprendieron las declaraciones de Farah Addo, vicepresidente del fútbol africano, a pocos días de la elección: «Me ofrecieron 100.000 dólares por votar a favor de Blatter».

La historia se volvía a repetir y el 8 de junio de 1998, cuando Blatter era elegido presidente por 111 votos frente a 80, algunos veteranos dirigentes recordaban la derrota de Sir Stanley Rous. El continuismo había ganado a la reforma y los más cercanos a Sepp Blatter esperaban ahora recoger sus recompensas. Con un Mundial programado en Qatar para 2022 parece claro cuál ha sido el precio de algunos viejos colaboradores del presidente.

En la fotografía se puede ver a Sepp Blatter durante un discurso en el congreso de la FIFA de Paris en 1998.
En la fotografía se puede ver a Sepp Blatter durante un discurso en el congreso de la FIFA de Paris en 1998.

Como era de esperar, nada ha cambiado y durante los siguiente años la FIFA ha seguido rodeada de escándalos. Más que un artículo haría falta un libro para profundizar en todos ellos. No obstante, merece la pena destacar cómo Sepp Blatter ha sido acusado en varias ocasiones por malversación de fondos; cómo la cadena británica BBC ha destapado sobornos en la FIFA por la compra de los derechos de retrasmisión deportivos o cómo la revista France Football relató con todo lujo de detalles la manera en la que Qatar había comprado el Mundial de 2022. Los últimos escándalos no serían por tanto nada nuevo en una organización muy acostumbrada al fraude y al soborno.

En nuestros días la FIFA ofrece la peor cara del fútbol. Un conjunto de burócratas a los que emociona más una cuenta de resultados positiva que un buen partido. ¿Qué hacer entonces? Es una pregunta difícil, aunque está claro que la solución no vendrá de la propia organización. Mientras tanto, quizá los verdaderos amantes de este deporte deban luchar solos por el mismo. Exigir, por ejemplo, que Qatar no sea una nueva Italia o Argentina. Intentar que el fútbol juegue en favor de la democracia, porque como dijo una vez el ex entrenador del Athletic de Bilbao Marcelo Bielsa: “Si algo hace atractivo a este deporte es que no siempre ganan los poderosos”.

Fuente:https://elordenmundial.com/la-fifa-sobornos-corrupcion-y-poco-futbol/

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