¡Con tinta borran las penas!
El tatuador no solo le borró la marca que llevaba en el brazo, sino también el miedo y la inseguridad. ‘Luz’ llegó al estudio de tatuajes de Christian Brito por recomendación de un médico. Él creía que uno de los dibujos del artista podría ocultar la terrible cicatriz, marcada con un cuchillo por su propio esposo.
Al principio, ella ni siquiera había contemplado la posibilidad de disimular su herida con un tatuaje, pero, dejando a un lado la vergüenza, se acercó al pequeño estudio en una calle del centro de Madrid, España.
“Cuando vi la herida, supe que iba a ser complicado, pero se podía hacer algo. Le dije que se pusiera aceite de rosa mosqueta hasta que cicatrizara y luego le tatuaría una rama con lindas flores”, describió Brito.
Los brotes no solo florecieron en el brazo de ‘Luz’, sino también en su alma. Luego del tatuaje, ella abandonó a su verdugo y comenzó a estudiar psicología para ayudar a otras mujeres en situaciones similares.
“En ese tiempo era bastante joven, de no más de 30 años. Sacó adelante a sus dos hijitos; él terminó preso por otro delito”, añade.
Ahí empezó todo. Christian y su esposa Vane Aldaz —los dos ecuatorianos— iniciaron un proyecto para cubrir con tinta las huellas que había dejado la violencia de género, el cáncer de mama o alguna otra cirugía que provocara una cicatriz.
Él inició en el 96, cuando aún estaba en el colegio. Un compañero lo llevó donde su tatuador en La Alameda, centro de Quito. Allí se hizo su primer grabado en la espalda. “Después de eso me fabriqué mi propia máquina con el motor de un equipo de sonido, un tubito de marcador y un par de tornillos”, rememoró.
Le duró poco en realidad, apenas un tatuaje. Luego su padre le construyó otra, hasta que un pariente logró traerle una de Estados Unidos y se montó su propio estudio.
Cuando conoció a su esposa notó la pasión de Vane por los tatuajes y juntos perfeccionaron sus técnicas.