El ‘renacer’ de Iguiñaro, el cóndor
El lunes que fue rescatado, Iguiñaro estaba tan débil que ya no volaba. Unos días atrás, el viejo macho había escapado de sus cazadores, pero no de un perdigón de tres milímetros –casi del tamaño de una pepa de naranja– que se había incrustado en su pecho. Sediento y cansado, el cóndor parecía echado a la muerte. Pero no. Su historia apenas comenzaba. Y pronto en Quito muchos hablarían de él… de Iguiñaro, un símbolo de esperanza en este confinamiento, y de su salvador, un oficial de construcción que por “casualidad” se cruzó en su camino.