Crímenes de papel / 21+11: Lídice jamás morirá

Hay libros que me han gustado tanto, que podría escribir sobre ellos con los ojos cerrados. Es decir, sin consultar sus páginas. Esta primera novela de Laurent Binet (París, 1972), HHhH (2009, premio Goncourt de primera novela), es uno de esos libros. En realidad ya la he leído dos veces; la primera con la ingenuidad del que penetra en un universo nuevo, que lo fascina; y la segunda como espeleólogo que sabe lo que anda buscando en esa caverna llena de ideas que es la literatura. En esta segunda lectura busqué un detalle que me llamó la atención cuando la leí por primera vez: Desde al menos el siglo XIV hasta 1942 hubo un pueblo en Checoeslovaquia que se llamaba Lidice (Liditz, en alemán), cuya destrucción ordenada por Hitler fue como la muerte del ave fénix: en cuanto desapareció, comenzó a multiplicarse en el mundo. También en Caracas: en 1943, contra el deseo de Hitler de que el nombre fuera olvidado, se creó la urbanización obrera municipal Lídice, y el hospital de Lídice; también en México perduró el nombre; y en Panamá, y en varios sitos de Brasil; incluso hay mujeres que se llaman Lídice con orgullo, y hasta una calle en Carora lleva ese nombre. Las ansias destructoras de Hitler arrasaron también con la villa de Ležáky, pero esta ha corrido con menos suerte: Que yo sepa, tan solo se le recuerda con un monumento. Entre estos dos pueblos, las víctimas ascendieron a 1.300. ¿Por qué se ensañó de esta manera el líder de los nazis contra la población checa? De esto –pero de muchas más cosas– trata esta novela.

Lo primero que hay que decir de esta obra es que es histórica: trata sobre el atentado contra el dirigente de las SS, y protector de Bohemia y Moravia, Reinhard Heydrich, un psicópata guapo, simpático y brillante de los no pocos que medraron durante el nazismo. Por fortuna, su personalidad megalómana lo llevó a circular sin escolta por las calles de Praga en su Mercedes Benz descapotable; y el 27 de mayo de 1942, mientras se dirigía, seguro y ufano, hacia el Castillo de Praga desde donde gobernaba como reyezuelo (el mismo castillo que inspiró a Kafka), dos miembros de la resistencia apoyada por los ingleses lo interceptaron y llevaron a cabo un atentado que no tuvo éxito en ese momento, sino ocho días después, cuando Heydrich murió en el hospital a causa de una septicemia producto del ataque. Hay que recordar con agradecimiento y admiración el nombre de estos dos muchachos (no pasaban más allá de los treinta años) que acabaron con semejante asesino (Heydrich fue el artífice de la ideíta del exterminio masivo de gente): Jozef Gabčík –eslovaco– y Jan Kubiš –checo–. Tras el atentado, y posterior muerte de Heydrich, se desencadenó como ya he dicho la terrible venganza de los nazis, destruyendo dos pueblos que no tenían nada que ver con el magnicidio (o sí: los checoeslovacos no dejaron de resistirse al invasor, como debe ser); pero también comenzó el desenmascaramiento de Hitler y su locura etnocida lo que, a la larga, permitió su derrota definitiva. Las guerras son malas; pero peor es ser esclavo.

En segundo lugar, hay que decir que esta novela no es una novela histórica al uso. Es una novela con tripas; o, mejor, dicho, una novela a la que se le ven las tripas. Y esto es lo que más me gusta de ella, porque a medida que vamos leyendo, como en un thriller, cómo Jan y Jozef (Juan y José, nombres perfectos para los héroes) se preparan para llevar a cabo la Operación Antropoide (que así se llamó la operación que fulminó al jerarca nazi), también somos testigos de cómo Binet, el autor, investiga, viaja, medita y reflexiona sobre la novela que está escribiendo, convirtiéndola en una meta novela, en una novela sobre la construcción de una novela. Y lo hace de manera cercana y persuasiva. Yo solo le afearía la (dudosa) costumbre de contarnos su vida íntima, con su novia y demás; no porque el autor no tenga derecho a tener vida íntima, y una novia guapa y cariñosa, sino porque para el lector que soy mientras leo HHhH, su vida me importa tanto como los conflictos sentimentales de las amebas. Lector que comienzas esa novela: confía en mí y sáltate esas partes. De resto, el libro no tiene desperdicio y confieso que la volví a leer con el mismo entusiasmo de la primera vez, entres otras razones, porque me emociona «presenciar en palabras» la historia de Jozef y Jan, y su sacrificio, conscientes de que no saldrían vivos de esa acción; y porque la «reconstrucción» de Binet está llena de tantas agudezas que es un placer volver sobre ellas. Por ejemplo, cuando no sabe qué ocurrió exactamente en un momento dado de la historia que noveliza, se detiene y declara que hará lo que se hace en toda novela: se inventará diálogos, escenas, sentimientos; o sea, rellenará con literatura –que es vida– lo que la historia no es capaz de recrear.

Binet llama a su libro infranovela; hay que estar de acuerdo con él, pero hay que saber a qué hace referencia. No es que su libro esté por debajo del género, sino que su búsqueda se mete debajo de la piel narrativa y la hace aflorar para subvertir un género, la novela, que siempre nace y siempre es nueva cada vez.

Una última cosa: El lector se preguntará por qué la novela se llama HHhH. Muy simple; son las iniciales de Himmlers Hirn heisst Heydrich, «el cerebro de Himmler se llama Heydrich»: Y ahora se entiende que, con semejante cerebro podrido, Himmler fuera el psicópata que fue. Por fortuna, Lídice perdurará. En Caracas y otros lugares. Y siempre en nuestros corazones.

HHhH

Laurent Binet

Barcelona, Seix Barral, 2013

Traducción de Adolfo García Ortega

391 p.