El Mundial descorrió el velo de la bella Moscú

Le sobran a Moscú atractivos para conocer. La variedad edilicia, los palacios y monumentos espectaculares, las construcciones impactantes, el Kremlin, la Plaza de la Revolución, las calles Nikolsky, Tverskaya, los cafés, la catedral de San Basilio, el Teatro Bolshoi, decenas de museos y lugares que inspiran tanta curiosidad como el impresionante edificio de la KGB, la célebre y temida central de inteligencia de la era soviética. La belleza indescriptible del hotel Ucrania, que compone un conjunto de siete grandes rascacielos denominado Las Siete hermanas de Stalin, porque fue ordenado por el jefe supremo de la Unión Soviética. Son siete idénticos, en diferentes puntos de la ciudad.

Incluso la sensacional red de subterráneos es un atractivo en sí misma, por su extenso recorrido de 365 kilómetros, que sigue extendiéndose año tras año, por la amplitud de sus estaciones, muchas de las cuales están engalanadas con murales, pinturas o esculturas, o bien son una maravilla arquitectónica en la que el granito, el mármol y la piedra han sido privilegiados con generosidad. Incluso impactan por la profundidad a la que circula el Metro. Hay escaleras mecánicas tan largas que se tardan minutos en subir o bajar en ellas. Y en todos los sitios de interés subyace el arte. La estación Partizanskaya, por ejemplo, es presidida en su entrada por una gigantesca figura en bronce de tres partisanos avanzando en posición de combate. Hay mucho homenaje, tantísima evocación en cada rincón de la enorme urbe moscovita, que han disfrutado los cientos de miles de hinchas que llegaron al Mundial. Especial para recorrerlos en los días sin fútbol.

Un punto a favor de la gran capital rusa es que lo último, lo menos interesante para ver son los centros comerciales. Eso es idéntico en todo el mundo: grandes tiendas de marcas famosas y precios elevados. También hay uno, que dicen es el más exclusivo de Europa, frente a la Plaza Roja, en una fantástica construcción antigua del estilo de comienzos del siglo veinte.

No obstante, pocos sitios son tan impactantes como el Parque de la Victoria, en cuyo centro se erige el Museo de la Victoria, inaugurado en 1995 en conmemoración por el cincuenta aniversario de la victoria rusa en la Segunda Guerra Mundial, a la que aquí llaman La Gran Guerra Patria. En un punto preferente de Moscú se halla un vasto claro de inmensas dimensiones (la grandeza es omnipresente) con cantidades de espacios verdes, vegetación, jardines y monumentos. Al centro hay un gran obelisco de 71 metros de altura, a cuyo pie una colosal alegoría en bronce en la que un ángel ruso a caballo decapita con su lanza a un monstruo con cabeza de jabalí identificado con las cruces esvásticas. Impresiona.

Fuera del parque, están los tanques, aviones, trenes, vehículos, cañones y armas de todo tipo utilizados por la Unión Soviética en su lucha frente a la Alemania nazi. También hay piezas capturadas al enemigo. Pero lo mejor está dentro del grandioso edificio semicircular, lo más sustancioso de la muestra. En verdad se necesitaría más de un día para recorrerlo y admirarlo. O varios. Se exhiben todas las armas utilizadas, decenas de uniformes, desde el traje militar blanco de Stalin hasta los enterizos de piel y cuero de los esquiadores; y documentos, filmaciones, afiches, fotos, objetos de los soldados en el frente y, especialmente, recreaciones a gran tamaño del teatro bélico, de la célebre y triste Batalla de Stalingrado, la más cruenta de la historia humana, que duró cinco meses y medio y costó la vida de más de dos millones de personas entre soldados rusos y alemanes y civiles soviéticos. También la caída de Berlín a manos del Ejército Rojo, con todo el parlamento alemán bombardeado y los efectivos rusos avanzando sobre las ruinas.

Destacan muy especialmente cientos de bustos y cuadros de gran tamaño de los generales rusos, entre los que destaca como figura estelar el general Zhúkov, considerado como el cerebro que comandó la victoria de Stalingrado primero y sobre Berlín después. En ciertos afiches, Zhúkov está incluso por encima de Stalin, y la estatua de ambos preside la entrada al Salón de la Gloria, un inmenso espacio circular donde están estampadas las placas con los nombres de los 17.000 héroes de guerra. Arriba, en el techo de la sala, la estrella roja, la máxima condecoración, que recibieron sólo 17 personas.

Toda Rusia evoca permanentemente la Gran Guerra Patria porque se trató de la amenaza más grave que sufrió esta nación en siglos de existencia. Estaba en juego su supervivencia y el enemigo era terrible. Pese a que había firmado un pacto de no agresión con Alemania en 1939, Hitler necesitaba, para sostener la guerra contra los Aliados, las abundantes materias primas que Rusia tenía y la invadió de todos modos, rompiendo el acuerdo. Por el peligro que corrió y por el esfuerzo descomunal a que se vio obligada, esta gesta ocupa un sitio preferente en la vida nacional. Hay otros museos dedicados a las demás contiendas que enfrentó el país. Visitamos también el museo de la Guerra Napoleónica de 1812, pero nada se compara con el Museo de la Victoria, en cuyo ingreso el visitante se encuentra, para empezar, con un gran lienzo con cifras para que tome la dimensión de lo que va a ver.

En números oficiales del Estado, allí se refleja el pavoroso costo para Rusia de esos cuatro años de confrontación contra Alemania. Murieron 27 millones de ciudadanos soviéticos (la más alta mortandad de la historia), perdieron sus hogares 25 millones de personas, fueron destruidos 98.000 granjas colectivas y 1.876 granjas soviéticas, 31.850 empresas industriales, 216.700 comercios, 65.000 kilómetros de vías férreas, 15.800 trenes de vapor y 428.000 vagones, 13.000 puentes, 2.078.000 kilómetros de cables de comunicación telégrafo-telefónicos… Fueron robados 7 millones de caballos, 17 millones de cabezas de ganado vacuno, 27 millones de ovejas y cabras, 137.000 tractores… Se perdieron 38 millones de toneladas de acero, 1.922 millones de quintales de papa, 68 millones de quintales de carne… Los etcéteras cubrirían otra columna más. El daño fue del 30% de la riqueza del país más grande del planeta. Porque, a medida que se internaba en territorio ruso, y su avance al principio fue demoledor, las fuerzas invasoras se iban llevando cargamentos de materias primas y víveres para aprovisionar a sus otros ejércitos en el frente occidental.

Uno jamás llega a imaginar lo que significa una guerra, pero esto supera todo lo imaginable. Los mármoles y el conjunto todo otorgan la severidad que merece el reconocimiento a la mayor tragedia de la humanidad en términos de vidas. El costo de esa “victoria” es escalofriante. No salimos del Museo igual que como entramos. (O)